Sus trenzas de color verde le convirtieron en uno de los futbolistas con más carisma de los años 90. El nigeriano Taribo West no pasaba desapercibido con su particular peinado y fue uno de los líderes de la mejor generación de futbolistas de su país que, un día encontró en la religión el camino para llenar su vida.
Su historia, como la de muchos otros compatriotas, tiene que ver con la pobreza y una complicada situación familiar. A los nueve años, decidió escaparse de su casa para irse a un suburbio de Lagos e integrarse dentro de una peligrosa banda juvenil. Sin embargo, presenciar la muerte de uno de sus mejores amigos en aquel lugar cambió para siempre su manera de ver las cosas y fue el punto de inflexión para cambiar un futuro que llevaba un camino trágico. Optó por volver a casa y encontró en el fútbol la manera de canalizar la violencia.
Precisamente, fue en el terreno de juego donde encontró la mejor salida. El Auxerre francés siguió de cerca su evolución y en 1993 se hizo con su fichaje. En Francia comenzó a destacar y entró en el punto de mira de los mejores clubes de Europa cuando ganó al medalla de Oro en los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996.
Templo en Milán
Su peculiar carácter le llevó a romper un acuerdo con el Betis cuando ya se encontraba en Sevilla. Al parecer, al ver que la cifra del contrato era inferior a lo que le habían prometido verbalmente, se negó a firmar y se encerró cinco horas en un hotel hasta que la situación consiguió desbloquearse. En ese momento, ya tenía cerrado su pase al Inter de Milán.
En Italia fue donde encontró la fe después de un curioso suceso. West recibió la visita de su hermana desde Nigeria, la cual le aseguró que su casa estaba llena de malas vibraciones y que necesitaba purificarla. Según relató el propio jugador, ambos rezaron juntos y entonces los cajones y las puertas comenzaron a abrirse y cerrarse. Aquel episodio le motivó para hacerse Ministro de la Iglesia de Pentecostés, primero, y fundar un templo en Milán después.
A partir de entonces la religión comenzó a ganar progresivamente peso en su vida hasta superar al fútbol. Vivió los mejores momentos de su carrera en el Inter y llegó a rechazar millonarias ofertas por seguir en la ciudad. Tanto es así, que cuando su etapa en el conjunto interista llegó a su fin, optó por marcharse al AC Milan, el otro equipo de la ciudad. Sin embargo, su etapa en el equipo rossonero no fue como esperaba y acabó haciendo las maletas al Derbi County inglés antes de iniciar un andadura que le llevó por equipos como el Partizán serbio o Al-Arabi de Qatar. La única condición que puso fue no entrenar los domingos para cubrir sus deberes eclesiásticos. Para entonces el fútbol ya estaba en un segundo plano.