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Carlos Henrique Raposo, la cómica historia del mayor estafador en el mundo del fútbol

No ser futbolista no le impidió jugar -y cobrar- en la elite del fútbol sudamericano durante casi dos décadas. Cómo lo hizo, es toda una historia.

No ser futbolista no le impidió jugar -y cobrar- en la elite del fútbol sudamericano durante casi dos décadas. Cómo lo hizo, es toda una historia.
Carlos Henrique Raposo, en una imagen de un reportaje de la prensa brasileña.

¿Es posible llegar a hacer carrera en el mundo del fútbol, sin ser futbolista, sin jugar ningún partido, y además cobrando por ello? Sí. Por difícil que parezca, sí. Esta es la surrealista y casi cómica historia de un joven brasileño que a través de su don de gentes -y de una capacidad ingeniosa para resolver situaciones comprometidas- llegó a 'jugar' durante casi 20 años en la elite del fútbol brasileño, mexicano y francés. Aunque jugar, lo que se dice jugar, más bien poquito...

De profesión, engañar

El caso es que Carlos Henrique Raposo (Rio de Janeiro, 1963) tenía un don, y no era precisamente el del balón. Sabía llevarse de maravilla con quien había que llevarse de maravilla. Y así, comenzaron sus relaciones de amistad con futbolistas que por aquel entonces –hablamos de los años 80- estaban en lo más alto del fútbol brasileño.

Sobre todo en las discotecas, ese terreno tan habitual casi como el césped para los futbolistas cariocas, era cuando llevaba a cabo su jugada. Convencer a alguno de sus amigos –se habla de Ricardo Rocha, Edmundo, Renato Gaúcho, Romario, Branco, Bebeto, Carlos Alberto Torres…entre muchos otros- de que debían incluirle en su fichaje para el nuevo equipo. Porque estaba seguro de que podía jugar, y porque además se iba a preocupar de que al futbolista en cuestión no le faltara de nada. A ello ayudaba, claro, un físico atlético –similar, cuentan, al de Beckenbauer, y de ahí su sobrenombre de Kaiser- y que evitaba sospechas de primeras.

Su primer contrato profesional fue en 1986, en el Botafogo. Todo, gracias a Mauricio, con quien había creado una amistad en la infancia, y que se había convertido en un ídolo en el club. El resumen de Henrique: cero partidos jugados. "Hacía algún movimiento raro en el entrenamiento, me tocaba el muslo, y me quedaba 20 días en el departamento médico. En esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses", explica.

Por eso, pese a no jugar, no tuvo ningún problema en firmar la temporada siguiente por el Flamengo. Ahí tenía otro gran amigo, Renato Gaúcho. El que fuera jugador de la Roma y de la selección brasileña entre otros, y ahora entrenador, relata así su relación con Henrique. "Sé que Kaiser era un enemigo del balón. En el entrenamiento acordaba con un colega que le golpeara, para así marcharse a la enfermería". También cero minutos en el Flamengo.

Para contribuir a su fama, afirman en el Flamengo que llegaba a algunos entrenamientos con un enorme teléfono móvil –que entonces significaba gran status social-, y hacía como que hablaba en inglés, afirmando que eran clubes europeos interesados en su fichaje. Sus compañeros y cuerpo técnico le creían, hasta que un doctor que había vivido en Inglaterra le entendió, y explicó que la conversación no tenía ningún sentido. Le preguntaron, y descubrieron que el teléfono era en realidad un juguete.

La prensa, una aliada

Hay que tener en cuenta que en aquella época, la información no era tan accesible como hoy. No había webs donde leer sobre el futbolista; no había vídeos para ver sus supuestas cualidades… Bastaba con que existiera algún artículo a su favor para refrendar toda la palabrería. Y eso Henrique también lo dominaba.

"Tengo facilidad en hacer amistades. A muchos periodistas de mi época les caía bien, porque nunca traté mal a nadie". Algún regalo, o algúna información interna, también ayudaban. La prensa correspondía con artículos hablando del "gran futbolista".

Así, al año siguiente, no contento con engañar en Brasil, se marchó a México. Al Puebla. Unos meses, cero minutos, y rumbo a Estados Unidos. El Paso era su siguiente destino. Tampoco llegaría a pisar el césped. "Yo firmaba el contrato de riesgo, el más corto, normalmente de unos meses. Recibía las primas del contrato, y me quedaba allí durante ese periodo".

En 1989 regresa a Brasil. Al Bangú. Y ahí vivirá una de las anécdotas –por llamarlo de alguna manera- que mejor le definen. Desbordado por la situación, su entrenador decidió convocarlo. En la segunda mitad le manda hacer ejercicios de calentamiento, y Henrique, ante la posibilidad de saltar al terreno de juego, se las ingenia: se pelea con un aficionado del equipo rival en la banda, y es expulsado.

Cuando todos llegan al vestuario, antes de que su entrenador, enfurecido, pudiera abroncarle, se dirige a él y le cuenta: "Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre –refiriéndose al técnico- no dejaré que ningún hincha le insulte". El entrenador le dio un beso en la frente, y le renovó por seis meses más.

La estrategia, simple

Gracias a tantos y tantos amigos, posteriormente fue pasando por América, Vasco de Gama, o Fluminense. ¿Cómo hacía tantos amigos? Simple. Lo cuenta él mismo. "Nos concentrábamos en un hotel. Yo llegaba dos o tres días antes, llevaba diez mujeres y alquilaba apartamentos dos pisos debajo del piso en que el equipo se hospedaría. De noche nadie huía de la concentración, lo único que teníamos que hacer era bajar las escaleras".

Otro de sus grandes amigos fue el defensa Ricardo Rocha. "Es un gran amigo, una excelente persona. Pero no sabía jugar ni a las cartas. Tenía un problema con el balón. Nunca lo vi jugar en ningún equipo. Te cuenta historias de partidos, pero nunca jugó un domingo a las cuatro de la tarde en Maracaná, estoy seguro", comenta el que fuera jugador del Real Madrid, que añade "en una disputa a mayor mentiroso, Pinocho perdería con Kaiser".

También en Europa

Tras otro fugaz paso por Palmeiras y Guaraní, Henrique, mediante otro amigo, recala en el Ajaccio francés. En aquellos años un brasileño llegando a Europa era sinónimo de éxito, y la presentación que le había preparado el club sorprendió al futbolista. "El estadio era pequeño, pero estaba lleno de aficionados. Pensaba que sólo tenía que saltar al césped y saludar, pero entonces vi que había muchos balones en el campo, y que tendríamos que entrenar. Me puse nervioso, en mi primer día se darían cuenta de que no sabía jugar".

Pero para un hombre que llevaba años engañando a todos, eso sólo iba a ser un reto más. Un reto más que superado. "Salté al campo, y comencé a coger todos esos balones y patearlos hacia los aficionados. Al mismo tiempo saludaba y me besaba el escudo. Los aficionados enloquecieron. Y en el césped ya no quedaba ni un balón". En un momento se había ganado a sus hinchas, y como siempre sin haber jugado un minuto.

Aunque asegura Henrique que fue ahí, en el Ajaccio, donde sí jugó de verdad. Nunca más de 20 minutos por partido, pocas veces en cada temporada en la que estuvo en el campeonato francés. Y de ahí, con 39 años, colgó las botas.

En sus casi 20 años de carrera, Kaiser entró muy pocas veces al campo de juego para disputar un partido oficial. Nunca en Brasil. En total, como él mismo confiesa, partidos tendrá unos 20 o 30, como mucho. Y en todos los partidos salía lesionado. Hasta en los entrenamientos. "No me arrepiento de nada. Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse por todos ellos", zanja Carlos Henrique Raposo, un justiciero, o el mayor estafador en la historia del fútbol.

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