El fútbol, el deporte con más seguidores en todo el planeta, siempre ha servido como nexo de unión; entre países, entre culturas, e incluso entre religiones. Muchas son las historias y leyendas que así lo refrendan. También, no es menos cierto, en ocasiones han supuesto todo lo contrario; incluso dando lugar a conflictos bélicos. Pero generalmente ha sido el fútbol un espacio en el que pueden chocar culturas y países en igualdad de condiciones –quizá, como en ningún otro ámbito- y que ha servido para calmar tensiones.
Eso es, supuestamente, lo que pretendía Gran Bretaña una vez terminada la Guerra Mundial. Para simbolizar la paz y el regreso a las buenas relaciones, decidió invitar al Dinamo de Moscú –en aquellos momentos el mejor equipo de la Unión Soviética- a realizar una serie de partidos amistosos en la isla. Pero, como decimos, eso sería sólo supuestamente. Porque los soviéticos no desaprovecharon la magnífica oportunidad que se les estaba presentando ante sus narices para conocer todos los entresijos de un país no tan amigo.
Los rusos en Londres
Era noviembre de 1945. No hacía ni dos meses que la Segunda Guerra Mundial se daba completamente por concluida. Y el fútbol inglés decidió que era una buena oportunidad invitar al Dínamo de Moscú para así mostrar el regreso a la normalidad, a la paz.
Cuatro partidos eran los que tenía que disputar el conjunto moscovita: ante Arsenal y Chelsea en Londres; Cardiff en Gales; y Glasgow Rangers en Escocia. El saldo, dos victorias y dos empates. Tras los resultados obtenidos, las invitaciones para disputar más amistosos se sucedieron.
Lo que nadie podía imaginarse era que en la expedición del Dinamo, no sólo iban futbolistas. Todos sabían que en un futuro muy cercano Reino Unido iba a desempeñar un papel importante a nivel mundial. Así que el Comisariado del Pueblo para Asuntors Internos, el NKVD soviético, lo tuvo claro: había que usar el fútbol, la expedición del Dinamo, para infiltrar a espías y militares. De otra manera no hubiera sido posible.
De reunión en reunión
Desde su llegada a Londres, la delegación del Dinamo se dedicó a participar en recepciones con altos cargos británicos. Nadie sospechaba que entre aquellos supuestos futbolistas se encontraban hombres de la confianza de Stalin, dispuestos a prestar much atención. Como por ejemplo Vsevolod Merkulov, posteriormente líder del KGB.
Así, el 9 de noviembre Fedor Gusev, embajador soviético en Londres, invitó a la delegación del Dinamo a su celebración del aniversario de la Revolución. Allí, como perfectamente relata el artículo de Miguel Ángel Lara en Marca, se encontraban Clement Attlee, primer ministro británico, y Winston Churchill, entonces presidente de la Fundación de Ayuda a Rusia.
De nada sirvió que el propio George Orwell avisara, mediante un escrito, que la breve visita del Dinamo debía terminar cuanto antes, haciendo público lo que muchos habían pensado en privado antes de que arribara el conjunto soviético: que si aquella visita tenía algún efecto en las relaciones entre Inglaterra y la Unión Soviética, era simplemente que éstas iban a ser peor que antes.
Pero los partidos comenzaron. El primero, en Londres, en Stamford Bridge, ante el Chelsea. Un partido que se disputó ante 85.000 espectadores, y que terminó con empate a tres goles. El segundo fue una exhibición soviética: 10 a 1 ante el Cardiff en la capital galesa.
El tercer partido fue el más rocambolesco. Pese a las múltiples críticas, el Arsenal se enfrentó al Dinamo en el estadio del Tottenham. El conjunto londinense se había reforzado con seis jugadores que no eran de su equipo, para asemejarse mucho a la selección inglesa. Los rusos decidieron tomarse la venganza por su mano y, aprovechando la increíble niebla con que se disputó el choque, jugaron más de media hora con 12 jugadores. Al final, victoria para los soviéticos por 4 a 3.
Y el último partido fue en Escocia, en Ibrox Park, ante 90.000 espectadores. El Glasgow Rangers quería batir a toda costa al Dinamo, básicamente para conseguir lo que ningún equipo inglés había conseguido. Pero el resultado final fue de empate a dos.
Además, propaganda
Unos resultados –dos victorias y dos empates- que sirvieron para convertir la gira por el Reino Unido en una magnífica maniobra de propaganda. Primero, por mandar un mensaje en tierra británica: el deporte ruso les estaba alcanzando; incluso en la disciplina que ellos, tan orgullosamente, habían inventado. En el país quedó la sensación de que su fútbol se había estancado.
Además, sirvió para cambiar sensiblemente la visión que de la Unión Soviética existía. En el partido de Stamford Bridge acudieron 85.000 espectadores, y el público ovacionó a los futbolistas soviéticos cuando, después de sonar los himnos, se acercaron a sus banquillos para recoger cada uno un ramo de flores y dárselo a sus rivales.
Segundo, por la gran fama que adquirió el fútbol en la Unión Soviética, y que permitió publicar un libro de 90 páginas con imágenes, relatos, entrevistas, autógrafos de los futbolistas… tras su exitosa gira. Eran nuevos ídolos. El pueblo tenía otro icono en el que creer: el fútbol. El fútbol soviético.
Tras su indudable victoria en todas las facetas, la expedición del Dinamo de Moscú regresó a la URSS como un grupo de héroes, que acababan de cosechar unos magníficos resultados en la tierra donde se había inventado el fútbol moderno. Mientras todos lo celebraban, silenciosamente, miembros de aquella expedición comenzaban a redactar y servir a las autoridades una valiosísima información sobre un país al que había que tener en cuenta. Nadie se había percatado.
Poco tiempo después, comenzarían las hostilidades, desconfianzas, y la incompatibilidad de sistemas, que terminaría provocando la Guerra Fría. Mientras, en los despachos soviéticos, las carpetas destinadas a informes de espionaje en el Reina Unido estaban repletas. Gracias al fútbol.