Alfredo Di Stéfano llegó al Real Madrid, como todos sus seguidores recuerdan, procedente del Millonarios colombiano, aunque legalmente pertenecía al River Plate bonaerense. Se haría con sus servicios el club blanco tras desembolsar una elevadísima cifra entonces, que no poseía en principio el club: cuatro millones de pesetas. Hubo de obtenerlas merced a un crédito que le gestionó don Rafael Salgado (que hoy tiene una calle a su nombre precisamente a espaldas del estadio Santiago Bernabéu) en representación del Banco Mercantil. El jugador argentino estampó su firma para cobrar 600.000 pesetas anuales, sueldos y primas aparte, llegando en temporadas posteriores a percibir tres millones. El fichaje de Di Stéfano fue provechoso para el Real Madrid. La afición vitoreaba a su ídolo. Pero la prensa, en un principio halagadora con el genial delantero, advirtió que éste no correspondía a menudo a tantos elogios, sino que se mostraba, sin venir a cuento, malhumorado, hosco, y poco comunicativo con los informadores; especialmente con los reporteros. En los anales del periodismo nacional queda el día en que el equipo regresaba al aeropuerto de Barajas y todos los fotógrafos allí desplazados dejaron sus cámaras en el suelo, en señal de boicot con "La Saeta Rubia", como se denominaba al as. Enterado el Presidente del Real Madrid puso a Di Stéfano en su sitio, en una de sus llamadas "santiaguinas", sugiriéndole más o menos imperativamente que pidiera perdón por su actitud altanera.
Alfredo Di Stéfano era en realidad un hombre tímido, que hablaba poco fuera del campo. De origen italiano, su abuelo paterno procedía de la isla de Capri y emigró a Buenos Aires, en tanto su abuela tenía antepasados franceses e irlandeses. Se sinceró así un día conmigo: "Nací en un barrio pobre y me hice a mí mismo. Que cada cual aprenda sus ideas". Daba la impresión, al tratarlo superficialmente, que era autosuficiente y poco sociable. Quizás mejor desconfiado. Pero noble siempre en el fondo. De joven soñó con estudiar para ingeniero agrónomo en la Universidad bonaerense, con la idea de cuidar algún día el "tambo", el terruño de su padre, la granja con vacas. Su progenitor había jugado al fútbol y él lo emulaba, hasta que llegó a ser un pibe destacado en las huestes del River Plate.
No sé si recordarán los "hinchas" veteranos del Real Madrid que Di Stéfano llegó a protagonizar dos películas. La primera, en 1956, titulada como su sobrenombre: La Saeta Rubia. Fue dirigida por Javier Setó, con una actriz de irregular carrera, Mary Lamar. El argumento, de tintes folletinescos, convertía al jugador en alma caritativa, ayudando a unos niños descarriados a encontrar el camino para ser en el futuro hombres de provecho. Allí sonaba un chotis, "La Saeta Rubia", en la voz de José de Aguilar, el mismo cantante que grabó el himno del Real Madrid. La segunda vez que se colocó ante unas cámaras cinematográficas fue en 1962, para rodar La batalla del domingo, a las órdenes de Luis Marquina, y con Mary Santpere encabezando el reparto.
En la biografía de Di Stéfano hubo un episodio dramático, cuando fue secuestrado el 20 de agosto de 1963 hallándose en Caracas. Unos terroristas, fingiéndose policías, allanaron su apartamento conminándole a que los acompañaran a una comisaría, acusándolo, falsamente por supuesto, de traficar con drogas. El suceso, que dio la vuelta al mundo, acabó dos días después, cuando lo dejaron libre. Sólo pretendían llamar la atención en nombre del grupo que lideraban.
La vida de Alfredo di Stéfano estuvo siempre presidida por su dedicación al fútbol. Hasta mandó colocar en su casa una pequeña estatua en honor a un balón. Mejor: a la pelota. Porque quiso que figurara esta leyenda: "¡Gracias, vieja!". Cuando dejó de jugar en el Real Madrid, con gran dolor de su corazón, fichó por el Español. Luego, obtuvo el título de entrenador y dirigió a varios equipos. Estando en Valencia fui a entrevistarlo. Pedí una cita al club de Mestalla y al día siguiente, puntual, tuve enfrente al mítico Di Stéfano. Una hora de conversación. Una hazaña para mí tratándose del interlocutor. Seco, sin que sonriera una sola vez. Pero correcto. Me advirtió: "Mire… siendo jugador de fútbol fui siempre muy responsable, encerrado en mí mismo, hablaba poco… Ahora doy más conversación, he cambiado, pero sepa que si no fuera por obligación, esta entrevista que tengo con usted, o con cualquier otro periodista, no se celebraría". Estaba claro que le disgustaban las entrevistas. Le inquirí que a qué dedicaba su tiempo libre. "Me voy a casa, enchufo la televisión para estar al día de lo que ocurre en el fútbol y me acuesto"."¿Y qué lee usted?". Presuponía la respuesta: "Diarios deportivos solamente". No era lector habitual de libros, pero Martín Fierro era para él una especie de biblia. Repetía las sentencias del personaje. Su música preferida, los tangos. Uno en concreto: Cambalache. Y todos los de Carlos Gardel. Cuando iba a despedirme, le espeté: "¿Usted se cree un mito?". Y me respondió sin titubear: "No, no lo soy. Sólo creo que fui un buen jugador de fútbol".
Florentino Pérez lo admiraba desde niño. Por eso, cuando pudo, ya aupado a la Presidencia del Real Madrid, lo nombró Presidente de Honor. Estuvo pendiente de sus necesidades. Preocupado cuando hace un año cierta aprovechada sudamericana, becaria de la Fundación Real Madrid, Gina González, sirviéndose de su ocupación como secretaria o acompañante de un octogenario Di Stéfano, trató de engatusarlo, haciéndose pasar por su novia. Alfredo nunca fue un hombre mujeriego. Había perdido en 2005 a su esposa, Sara Freitas, con quien se casó en 1950 y asimismo se hallaba muy afectado por la muerte de su hija Nina, de sesenta años. En esas circunstancias, la tal Gina pretendía una boda con él. Y aunque me cuentan que consiguió obtener algunos beneficios de esa relación, finalmente los allegados de Di Stéfano consiguieron quitarse de encima a esa mujer, amén de que sus otros cinco hijos hacían gestiones para lograr la custodia de su anciano progenitor. En la memoria de cuantos lo conocimos ha de quedarnos la rectitud y genialidad de quien tantas tardes de gloria nos brindó en los campos de fútbol.