Sarajevo. 1992. Una ciudad que se ha acostumbrado a convivir con el horror. Por las calles, los disparos y los gritos como banda sonora. Aterradora banda sonora. El cielo apenas se ve por el intenso humo de los bombardeos. Y en medio del terror, más de 300 niños sonriendo. Porque están jugando juntos, con un balón. Sin importar su origen ni su religión; el fútbol como única realidad. Todo, gracias a un futbolista que en lugar de huir de la guerra, decidió quedarse y usar el deporte como arma de felicidad. Su nombre, Pedrag Pasic. El gran héroe del fútbol bosnio.
Pedrag Pasic nació el 18 de octubre de 1958 en Sarajevo. De origen serbio, creció, como recordaría años más tarde con orgullo, en una ciudad donde convivían sin ningún problema musulmanes, católicos, ortodoxos y judíos y en la que a nadie le importaba si el origen era croata, serbio, bosnio, o cualquier otro.
Pasic demostró desde bien temprano un gran amor por el fútbol, lo que le llevó a convertirse en un centrocampista dotado de una técnica excelsa. Eso le valió para debutar a los 17 años en la primera división yugoslava, con su amado FK Sarajevo. Su crecimiento futbolístico fue enorme, y fue citado para representar a la selección de Yusgolavia en el Mundial de 1982, en España.
Tres años más tarde, y tras diez temporadas en el FK Sarajevo, decide embarcarse en una nueva aventura: la Bundesliga. Fue el Stuttgart quien le llamó, y ahí logró una meritoria quinta plaza en su primera temporada, siendo uno de los pilares del equipo. Tras otra temporada más discreta se marchó al Munich 1860, y pese a que siguió siendo titular, decidió regresar a su FK Sarajevo. Tras dos temporadas más, decide colgar las botas a los 33 años.
No quiso escapar
Y en 1992 estalló la Guerra de Bosnia. Tras la secesión de Croacia y Eslovenia un año antes, Bosnia-Herzegovina decidió por referéndum su independencia. Pero la división del nuevo país quedó latente, con la formación de dos ejércitos. Pronto intervinieron también el yusgolavo y el Croata. La Guerra había comenzado. Una guerra que duraría cuatro años, y que provocaría más de diez mil víctimas y cincuenta mil heridos, la gran mayoría de ellos entre la población civil.
Todos los que pudieron escapar del país lo hicieron. Los futbolistas no fueron una excepción. Algunos, conocidos en España como Misrad Hibic, Vlado Gudelj, Mario Stanic o Elvir Bolic. También los exfutbolistas aprovecharon sus contactos en el exterior para huir de la guerra. Pedrag Pasic no.
"Cuando ya se veía venir la guerra, nuestra madre nos propuso marcharnos a Stuttgart, donde yo tenía aún muchos conocidos en el club, para salvar a la familia. Pero yo no me habría sentido nunca bien, así que decidí quedarme en Sarajevo, aunque la guerra comenzase. No habría podido vivir en otro lugar", comentaría Pasic en una entrevista en Al Jazeera años más tarde.
Los niños eran quienes más sufrían. Con las escuelas cerradas, tocaba quedarse encerrado en casa en el mejor de los casos, o en las calles en la mayoría. Pasic pensó que debía hacer algo por ellos. "Cuando asumí que estábamos en guerra, pensé que debía hacer algo por mi ciudad. Y sobre todo, por los niños, que eran quienes estaban en mayor peligro. Resistir, sí, ¿pero cómo? Está bien, jugando a fútbol. Parece ridículo, pero lo hice…".
Así que Pasic decidió anunciar en la radio la apertura de una escuela de fútbol para niños. Una locura en una ciudad bajo un severo conflicto armado. En el primer día se presentaron en la escuela más de 300 niños. Todos buscaban huir del horror; la normalidad. La escuela estaba abierta a cualquier niño. Musulmán, católico, ortodoxo…daba igual.
"En el exterior del gimnasio se oían las explosiones, los disparos, el caos, y muchos de los padres de los niños de la escuela combatían entre ellos, mientras en el interior sus hijos simplemente jugaban a fútbol sin entender aquello que el insensato odio estaba provocando. Ellos se sentían iguales, daba igual su apellido, su origen, su religión. Nosotros intentamos reforzarles ese pensamiento a través de la filosofía unificadora del deporte". Había nacido la Escuela de Fútbol Bubamara.
No fue sencillo, como Pasic recordaría. Y no sólo porque los niños tenían que cruzar un puente bajo control militar para llegar hasta el gimnasio; no lo era sobre todo por las actitudes contrarias de mucha gente y muchos políticos. Pero la escuela continuó, dando acogida de cada vez a un mayor número de niños que sólo querían jugar a fútbol.
"Fue bellísimo tener a niños de todas las comunidades de Sarajevo, como era antes. Jugaban a fútbol, llevaban las mismas camisetas, y estaban unidos. Fuera había una guerra, pero ahí, estábamos todos juntos".
Tras resistir a la guerra, la escuela continuó adelante. En ella se forjaron algunos de los jugadores que hoy forman parte de la selección que disputa el Mundial de Brasil. Entre ellos, Edin Dzeko, la gran estrella de Bosnia. Hoy, los niños de la escuela Bubamara, rigurosamente multiétnica, sueñan con emular a su ídolo; sueñan con triunfar en el mundo del fútbol. Los mismos sueños que tenían los niños hace 20 años, mientras a sólo unos metros de distancia no dejaban de morir civiles. Tan cercanos a ellos; pero tan lejanos a la vez gracias al fútbol. Gracias a Pedrag Pasic y a la escuela Bubamara.