Tito Vilanova, el fiel escudero que se emancipó de Guardiola
Se le detectó un cáncer en la glándula parótida en noviembre de 2011. Tuvo dos recaídas, pero la tercera acabó con su vida.
A finales de abril de 2012, exactamente el 27, viernes, a Tito Vilanova le llegó la oportunidad de su vida. Sandro Rosell anunciaba en rueda de prensa su nombre como nuevo técnico del Barcelona. Minutos antes, su amigo Pep Guardiola había renunciado al cargo. A finales de abril de 2014, exactamente el día 25, Tito no ha podido ganar su última batalla. El técnico ha muerto tras sufrir una recaída de ese maldito cáncer.
Aquella primavera de hace dos años, el que por entonces quizá era el entrenador asistente más famoso del mundo, cogía las riendas como máximo responsable del equipo más laureado de los últimos años. Y le traspasaban la misión de seguir reinando. Así, como quien no quiere la cosa y sin anestesia, Tito se convertía en una de las figuras claves del deporte. Pero ya era alguien, se había labrado una gran fama como ayudante y amigo fiel de Guardiola.
Antes de todo ello, en noviembre de 2011 se anunció que Tito sufría cáncer, y tuvo que ser intervenido, recuperándose en primera instancia. Parecía que todo iría bien, y que como otras tantas veces había hecho su equipo, se levantaría.
Tras un verano, el de 2012, en el que sólo llegaron Jordi Alba y Song, a Tito se le pedía repetir lo mismo que hizo Guardiola. No se le pedía literalmente, pero si se le insinuaba. Se presuponía en la idiosincrasia azulgrana que todo siempre fuera igual, que nada cambiara. Que Tito abogase por un fútbol de toque. No era cuestión de traicionar los principios nada más llegar.
Primera recaída
Pero algo cambió la lógica de la temporada. Antes de navidad, Tito recae de nuevo del cáncer y, aunque vuelve el 6 de enero de 2013 ante el Espanyol, tiene que volver a dejar las riendas del equipo a Jordi Roura. Ahí se empezó a perder una parte de la magia. Se ganó la Liga, encarriladísima antes de diciembre, pero se perdió la Copa en semifinales y el Bayern le hizo trizas en la Champions. Para entonces, Tito ya había vuelto. Nunca se había ido del todo pero ya no era lo mismo.
El pasado 26 de julio de 2013, Rosell comparecía de nuevo, quince meses después de anunciar su llegada como entrenador. Ahora para anunciar que Tito no podía más. Que la enfermedad era demasiado cruel para seguir en primera línea. Era algo más que evidente que Vilanova no volvería nunca a pisar un banquillo.
Tras casi siete meses sin saber de él, Tito reaparecía el 5 de febrero de este año en la ida de las semifinales coperas ante la Real en el Camp Nou, con un aspecto demacrado. Otros dos meses y medio sin noticias hasta el pasado martes, el día antes de la final de Copa, que fue ingresado de urgencia. Había recaido de nuevo.
Es momento de pena en el barcelonismo, de recordar todo lo que dio Tito al Barça, en la sombra o de frente. Cómo hablaba hasta la madrugada con Pep y cómo le aconsejaba qué táctica utilizar. Siempre consideraron a Tito el entrenador en la sombra, al ideólogo de un estilo de jugar.
Se ha ido sin hacer ruido. Desaparecido por voluntad propia del espacio que compartió con todos. Se ha ido dos años después de conseguir la ilusión de su vida. Así es esto de cruel, de terrible. Tito siempre quiso entrenar, pero nunca imagino que al Barça. Nunca pudo pensar que llegaría a ese banquillo. Pero ya que le dejaron pensarlo, imaginarlo y conseguirlo, lo tremendo es que una maldita enfermedad, la más mortífera, se lo haya llevado sin apenas saborear nada. Sin apenas disfrutar de la gloria, ésa de la que huía pero que le llegó de repente. Igual que la noticia del pasado jueves 24 de abril, casi dos años después de su confirmación en el cargo. Igual que esa operación gástrica de urgencia que ha alterado la tarde-noche informativa en las redacciones de toda España. Igual que ese comunicado frío en la página del club. Igual que su muerte. De repente, Tito, de repente.
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