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El entrenador que desarmó al equipo perfecto

Suiza 54 fue también el Mundial de la maldición de España: una moneda al aire fue la que decidió que no fuera a la cita.

El entrenador alemán Sepp Herberger es llevado a hombros por sus futbolistas después de proclamarse campeones del mundo.

1954 era el año de Hungría, tenía que ser el año de Hungría. Llevaba cuatro años imbatida. Había ganado a las mejores selecciones. No sólo eso: las había goleado. Disponía de los mejores futbolistas de la época. Era un equipo perfecto. Pero un modesto entrenador, Sepp Herberger, y su libreta, fueron capaces de desactivar aquella maquinaria maravillosa. Alemania les ganó en la final, en lo que será recordado para siempre como "el milagro de Berna".

La bochornosa eliminación de España

El Mundial de 1954 regresaba a Europa, pese a que la designación de Suiza como país anfitrión levantó múltiples controversias. Se argumentó que era país neutral, o que su reducido tamaño permitía el desplazamiento masivo de espectadores de una sede -Basilea, Lausana y Zurich- a otra. Aunque en realidad el motivo de que Suiza albergara el campeonato del mundo era porque allí, en Zurich, estaba la sede de la FIFA, que entonces celebraba el cincuentenario de su fundación.

16 equipos se citaron para la ocasión, lo que dio lugar a un nuevo cambio radical del sistema de competición. Cuatro grupos de cuatro, en los que por primera vez pasaban los dos primeros. Se disputaban unos cuartos de final, semifinales y final, así que se eliminaba la liguilla, que tan poco gustó en Brasil. Aunque menos, hubo bajas sensibles, como Argentina, Suecia -tercera en el anterior mundial- o España, que quedó fuera por una moneda.

Sí, por una moneda. La que el joven italiano Franco Gemma se encargó de no sacar para desempatar, por puro azar, en la eliminatoria entre España y Turquía. Ambas selecciones se jugaban ser campeonas del grupo 6, que daba acceso al Mundial. Tras el 4-1 a favor de los nuestros en Madrid, en Estambul el resultado fue de 1-0 para los otomanos. En aquellos años no existía el goalaverage ni nada que se le asemejara, así que se tuvo que acudir al desempate. En el Olímpico de Roma. Y ahí, se volvió a empatar: 2-2.

Como quiera que entonces no se resolvía por penaltis, la solución fue realizar un sorteo puro para determinar quién acudiría a Suiza. Dos monedas, una representando a España y otra a Turquía, y una mano inocente. Una mano inocente que dictaminó que serían los turcos quienes disputarían el Mundial. España, cuarta sólo cuatro años antes, debería verlo desde casa.

La magia húngara

Con todo, Hungría era la gran favorita. Llevaba cuatro años invicta y, meses antes, había humillado a Inglaterra, los inventores del fútbol, por partida doble. Profanó Wembley con un espectacular 3 a 6, y pocos días después le endosó un brillante 7-1 en Budapest. Todos los equipos temían a Hungría. Tenían razón, era un conjunto muy poderoso y creativo, con jugadores como Bozsik, Kocsis, Puskas o Czibor.

Una condición de favorita que consolidó cuando, en el primer partido de la fase de grupos, apabulló a Alemania 8-3. Eso sí, Puskas caía lesionado ante el durísimo central alemán Werner Liebrich, y no pudo reaparecer hasta la final. Tampoco le echaron de menos... En ese grupo terminaría pasando como segunda Alemania, tras endosar un 7-2 a Turquía.

En el Grupo A, Francia, pese a tener un gran equipo con jugadores como Kopa o Vincent, cayó eliminada tras caer ante Yugoslavia por la mínima; el campeón de grupo, una brillante Brasil. También en el D se produjo una gran sorpresa, al quedar Italia eliminada. Se la tuvo que jugar en el tercer encuentro ante Suiza, y los anfitriones realizaron el mejor partido de su vida. Un contundente 4-1 de los helvéticos, con dos tantos en los últimos minutos, que provocaron el delirio en la grada, con invasión de campo incluida. Una fiesta tremenda. Suiza acababa de hacer historia en su fútbol.

Uruguay, vigente campeona del mundo, y Austria, que seguía siendo una gran potencia, no tuvieron problemas para pasar de grupo, a pesar de que tuvieron que superar el escollo de Checoslovaquia. Con Probst todo fue más sencillo...

La batalla de Berna

Los cuartos de final fueron todos espectaculares. Todos. No es un decir. Aunque quizá el que más quedó para la posteridad fue el duelo entre Brasil y Hungría. Por la magia del partido, con dos equipos amantes del fútbol espectáculo y la diversión sobre el césped; por el marcador, 4-2 para los magiares en un choque con muchas alternativas; y por la dureza del mismo a pesar de todo, y que terninó con los dos equipos enzarzados en una enorme pelea en los vestuarios, con Puskas rompiendo una botella en la cabeza de Pinheiro.

También vibrante fue el duelo en el que Uruguay se cargó a Inglaterra, que repetía errores del pasado con su soberbia; 4-2, con los celestes demostrando que ellos sí se encontraban entre los mejores del planeta. Aunque para partido con goles, el espectacular Austria-Suiza. Los helvéticos, crecidos por jugar ante su afición, sorprendieron con un 0-3 en veinte minutos. Aún así, Austria remontaría el 5-3, aunque pronto llegaría el 5-4. Y todo eso, antes del descanso. Colosal. Al final, 7-5 para los austriacos, con el portero suizo Parlier cayendo desplomado por el cansancio físico, y preguntando quién había ganado.

Alemania, por su parte, iba al contrario que el resto de equipos. Mientras todos apostaban por marcar más goles que el rival -lo que dio lugar la Campeonato del Mundo más goleador de la historia, con 5,38 tantos por partido-, los germanos pretendían mantener su portería a cero y, a partir de ahí, lograr la victoria. Y en cuartos no iba a ser otra historia: 2-0 ante Yugoslavia, y a semis.

Alemania deja de ser sorpresa

Ahí le tocaría enfrentarse a Austria que, con todo, seguía siendo gran favorita. Pero Alemania dio un soberbio golpe sobre la mesa, cuajando su mejor partido del campeonato. Tras maniatar al genial ataque austriaco durante toda la primera mitad (1-0), en la segunda se desató al contraataque mientras sus rivales se desesperaban, para terminar endosando un formidable 6-1 final.

En la otra semifinal, Uruguay llevó a cabo un sensacional partido ante Hungría, aunque terminó perdiendo su título en la prórroga. A pesar del 0-2 al descanso, los charrúas no se rindieron y en la recta final del choque lograron la igualada. Dos goles de Kocsis, en el segundo tiempo de la prórroga, terminaron por dar el pase a la final a Hungría, que parecía imbatible. Si Uruguay, campeona del mundo y que acababa de cuajar un enorme partido, no había podido con ellos, ¿cómo iba a hacerlo Alemania, que ya había caído por 8-3 ante los mágicos magiares?

El milagro táctico

Por eso, el 14 de julio nadie apostaba por los germanos. Menos cuando se conoció que Puskas estaría disponible para la final. Y menos aún cuando, a los ocho minutos, el propio Puskas y Czibor habían anotado los dos primeros goles húngaros. Todo apuntaba a otra goleada, como en el comienzo del Mundial.

Pero si algo han demostrado a lo largo de toda su historia los futbolistas alemanes es una increíble fortaleza mental. Y en Berna, ante 60.000 espectadores, quedó patente. En un alarde de fuerza, coraje y corazón, Alemania acortó distancias por medio de Morlock, y Rahn igualó aún antes del descanso.

Hungría comenzó a sentirse irritada por el férreo marcaje de los alemanes, y empieza a perder los papeles. La orden del entrenador era clara: cambiar para siempre el marcaje individual por una asfixiante presión en el centro del campo y, de ese modo, evitar que llegaran balones claros a los delanteros húngaros.

Un nombre comandaba este exhaustivo trabajo germano: Fritz Walter, capitán del equipo, y pocos años antes, combatiente en la Segunda Guerra Mundial como paracaidista del Ejército Nazi. Walter fue capturado por los soviéticos, pero cuando lo iban a deportar a un Gulag, uno de los soldados húngaros, que le había visto jugar previamente, mintió a los soviéticos afirmando que Fritz no era alemán sino húngaro, con lo que le dejaron libre. Curioso destino, poco después ese soldado alemán le iba a arrebatar la gloria a los húngaros, a los que sin duda les debía la vida.

La segunda mitad transcurre, aún así, con los magiares volcados sobre la portería germana. El defensa Kohlmeyer llega a salvar no uno sino dos balones bajo palos. Un remate de Czibor se estrella contra el larguero... y justo cuando parecía inevitable el 2-3, una contra de Alemania culmina con el sorprendente tanto de Rahn. Faltaban seis minutos para terminar el partido. Nadie daba crédito a lo que estaba sucediendo... Hungría lo intenta todo, e incluso ve cómo a Puskas le anulan un gol por un fuera de juego bastante claro... y llega el final del partido.

El caído más grande

Los futbolistas húngaros no daban crédito. Alemania, la misma selección a la que le habían endosado ocho goles -¡ocho!- sólo unos días antes, les acababa de quitar de las manos el Mundial, su Mundial. Después de 31 partidos imbatidos, los magiares caían en el partido más importante de todos.

Tan segura tenían la victoria, que se les habían prometido tres semanas de vacaciones en Suiza. Al día siguiente de la final, pero, tuvieron que regresar, cariacontencidos, a casa. "No ganamos el título porque menospreciamos a los alemanes". Son palabras de Sandor Kocsis

Fue, sin duda, el premio al gran trabajo en equipo de los alemanes. Pero, sobre todo, a la figura de Sepp Herberger, el hombre que con su planteamiento táctico fue capaz de desactivar el que, seguramente, haya sido el mejor equipo que no haya ganado nunca un Mundial, con el permiso de la Holanda de Cruyff.

Ficha Técnica del partido:

Alemania Occidental, 3: Turek; Posipal, Kohlmeyer, Eckel; Liebrich, Mai, Rahn; Morlock, O. Walter, F. Walter, Schäfer. Entrenador: Seep Herberger
Hungría, 2: Grosics; Buzanszky, Lantos; Bozsik, Lorant, Zakarias; Czibor, Kocsis, Hidegkuti, Puskas y Toth. Entrenador: Gusztav Sébes

Goles: 1-0, m.6: Puskas; 2-0, m.8: Czibor; 2-1, m.10: Morlock; 2-2, m.18: Rahn; 3-2, m.84: Rahn
Árbitro: Ling (Inglés)
Estadio: Wankdorf (Berna), 55.000 espectadores. 04/07/1954

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