Ser monárquico y católico. Ese fue el delito de Monchín Triana, un futbolista de ensueño –conocido como Rey del regate- que enamoró a los aficionados del Atlético de Madrid primero y del Real Madrid después, con don Santiago Bernabéu como principal valedor. Murió fusilado en la masacre de Paracuellos el 7 de noviembre de 1936.
El rey del regate
Ramón Triana y del Arroyo nació en Madrid (otras fuentes apuntan a Guipúzcoa) el 28 de junio de 1902. Criado en el seno de una familia acomodada y católica del centro de la capital, a los 17 años firmaba por el Athletic Club de Madrid (posteriormente, el Atlético de Madrid), después de que un directivo del equipo lo descubriera en su barrio.
No tardó el joven futbolista en llamar la atención de todos gracias a su inusitada capacidad para el regate y a su inteligencia en el juego. Contribuyó a convertir al equipo en uno de los más grandes del país, al conquistar sus tres primeros campeonatos regionales (1921,1925 y 1928) y dos finales de la Copa del Rey.
Su inmensa calidad y una grave crisis institucional del equipo atlético le valieron a Triana para fichar por el Real Madrid en 1928. En el club blanco estuvo cuatro temporadas, en las que consiguió una Liga de España (la primera en la historia del club blanco) y dos finales de la Copa del Rey. Pero más allá de los resultados, fue su juego lo que quedó para el recuerdo.
Quienes lo vieron jugar aseguran que era como Raymond Kopa, pero en los años veinte. Y Santiago Bernabéu llegó a decir que "quien se quiera divertir, que vaya a ver jugar a Monchín Triana". Era un jugador eléctrico, atrevido, encarador, cuyo fútbol alegre enamoró a todo el Real Madrid, llegando a debutar con la selección española el 17 de marzo de 1929 en un partido celebrado con motivo de la Exposición Iberoamericana contra la Selección Portuguesa.
Trágico desenlace
Poco pensaba Monchín en aquellos años de gloria que su vida iba a terminar de tan trágica forma. Desde el levantamiento del 18 de julio de 1936, los hermanos Triana (Ramón, Enrique e Ignacio) fueron objeto de persecución por parte del bando republicano. Consiguieron burlarla en varias ocasiones, lo que provocó violentas represalias, llegando incluso a amenazar de muerte a su madre y su hermana.
Tal fue la situación que la familia decidió que lo mejor era esconder al padre, y que los tres hermanos se entregaran, confiando en que la enorme popularidad del futbolista les salvara la vida. Pero no. La decisión fue una condena de muerte. Sin mediar palabra, nada más entregarse, los tres fueron directamente trasladados a la cárcel Modelo de Madrid. Sin futuro ninguno. Viendo cómo los combates no se detenían.
Ahí, según se desprende del testimonio de Don Rafael Luca de Tena, recogido en el libro Paracuellos de Jarama, de D.Carlos Fernández, "para pasar el rato, a pesar de la espada de Damocles que pesaba sobre nuestras cabezas, se organizaron varios partidos de fútbol. Allí estaba Ricardo Zamora y Monchín Triana, conocidos jugadores del Madrid".
"Cuando las fuerzas nacionales llegaron a las afueras de la ciudad", continúa Luca de Tena, "nosotros las veíamos desde la Modelo y nuestra tristeza se trocó en alegría pues esperábamos que pronto nos liberasen. Sin embargo, no pudo ser y el cerco se estabilizó toda la guerra. El seis de noviembre se hizo la primera gran saca, y entre el 6 y el 8 la cárcel quedó semivacía ¡y había allí más de cinco mil presos!".
En esa primera saca estaba Monchín Triana, que no mucho más tarde, en la madrugada del 7 de noviembre, salió en un camión de la prisión, junto a otros presos. Apenas hora y media después fueron fusilados en Paracuellos. Los hermanos de Monchín no corrieron mejor suerte: fueron trasladados a la Cárcel de Porlier, pasando a formar parte también de la masacre de Paracuellos.
De nada sirvió que Monchín fuera uno de los mejores futbolistas de aquellos años. De nada que fuera un ídolo para el Real Madrid y para el Atlético y, sobre todo, para Santiago Bernabéu. Como tantos otros inocentes, fue fusilado por ser monárquico y católico. En su honor el fútbol español entregó entre 1952 y 1968 el Trofeo Monchín Triana, que premiaba la dedicación y fidelidad a unos colores, y que se llevaron futbolistas como Puchades, Gainza, Segarra o Gento. Un pequeño homenaje para un gran futbolista, víctima de la guerra, que no entiende de caballeros, ni de leyendas.