L D (EFE) "He tenido un poco de suerte, un poquito de suerte", ha dicho Federer a pie de pista a Televisión Española, "pero también es bueno que me pase a mi alguna vez", reconoció. "Nalbandian estaba jugando muy bien en el primer set, pero yo logré reaccionar", comentó Federer que llegó a ir perdiendo por 6-3, 3-0 y servicio del jugador de Unquillo, antes de que la magia del número uno del mundo apareciera de nuevo.
El cordobés había roto, en esa primera manga, dos veces el servicio de Federer, en el 3-2 y 5-3, para hacerse con este parcial en 30 minutos, y albergar la posibilidad de una victoria rápida, tal y como se estaba desarrollando el encuentro.
Federer reaccionó, logró nivelar esa desventaja de 3-0 e igualó 3-3, pero donde brilló especialmente fue en ese séptimo juego del segundo parcial cuando un golpe por debajo de las piernas del suizo, al borde de la línea de fondo, entró como una bala en el paralelo de Nalbandián, que cubría la red esperando un remate fácil y no un golpe de ensueño como ése.
Los casi 16.000 espectadores que llenaban la pista Philippe Chatrier se rindieron, si no lo estaban ya, a la magia de Federer, que levantó por primera vez el puño en alto, en señal de alegría.
Con esa ruptura, Federer ya se fue fácil al 6-4, conservando su saque, mientras que la cara de Nalbandian reflejaba el primer rictus de dolor en sus abdominales, una lesión que le ha perseguido durante buena parte de su carrera. El argentino además cedió su saque de entrada en el tercer set, y en el descanso del 2-1 pidió asistencia médica.
La cara de Nalbandian reflejaba ansiedad e impotencia. Ya no podía sacar al nivel del primer set, ni moverse con esa agilidad demostrada entonces cuando apabulló al número uno del mundo.
Federer ganaba fácil y David sacó adelante como pudo el sexto juego (2-4) pero, tras perder su saque en el séptimo, se dirigió al juez de silla, el francés Pascal Maria, para comunicarle que dejaba el camino expedito a Federer para enfrentarse en la final contra el ganador del duelo entre Nadal y Ljubicic.
El cordobés había roto, en esa primera manga, dos veces el servicio de Federer, en el 3-2 y 5-3, para hacerse con este parcial en 30 minutos, y albergar la posibilidad de una victoria rápida, tal y como se estaba desarrollando el encuentro.
Federer reaccionó, logró nivelar esa desventaja de 3-0 e igualó 3-3, pero donde brilló especialmente fue en ese séptimo juego del segundo parcial cuando un golpe por debajo de las piernas del suizo, al borde de la línea de fondo, entró como una bala en el paralelo de Nalbandián, que cubría la red esperando un remate fácil y no un golpe de ensueño como ése.
Los casi 16.000 espectadores que llenaban la pista Philippe Chatrier se rindieron, si no lo estaban ya, a la magia de Federer, que levantó por primera vez el puño en alto, en señal de alegría.
Con esa ruptura, Federer ya se fue fácil al 6-4, conservando su saque, mientras que la cara de Nalbandian reflejaba el primer rictus de dolor en sus abdominales, una lesión que le ha perseguido durante buena parte de su carrera. El argentino además cedió su saque de entrada en el tercer set, y en el descanso del 2-1 pidió asistencia médica.
La cara de Nalbandian reflejaba ansiedad e impotencia. Ya no podía sacar al nivel del primer set, ni moverse con esa agilidad demostrada entonces cuando apabulló al número uno del mundo.
Federer ganaba fácil y David sacó adelante como pudo el sexto juego (2-4) pero, tras perder su saque en el séptimo, se dirigió al juez de silla, el francés Pascal Maria, para comunicarle que dejaba el camino expedito a Federer para enfrentarse en la final contra el ganador del duelo entre Nadal y Ljubicic.