Lo que quizás desconozca mucha gente es que Joe Frazier boxeó cerca de dos años con un ojo casi ciego. Tuerto y todo, Smokin siguió ganando las peleas y yéndose hacia adelante como el pedernal de Carolina del Sur que nunca dejó de ser. El carácter de Frazier queda definido por una circunstancia: en el tercer combate contra Ali, el más duro de todos, aquel que se organizó en Manila para más gloria del dictador Ferdinand Marcos y su mujer Imelda, Joe también perdió parte de la visión del otro ojo, el sano, de forma que hubo un momento del combate en el que llegó a pelear a oscuras, por puro instinto, moviéndose entre sombras... ¡contra el mejor púgil de todos los tiempos!... Es como si Messi o Cristiano disputaran una final de la Champions League con una venda en los ojos y, aún así, marcaran un hat trick.
Alguien dirá que ya no quedan boxeadores como ese, yo añadiré que ya no quedan hombres como ese. Preguntado por un periodista sobre cómo es posible que en aquel período de tiempo todos sus combates siguieran contabilizándose por victorias, Frazier respondió lo siguiente: "No duraron demasiado". Esta circunstancia, la del ojo sin visión, se supo hace poco tiempo y fue reconocida a duras penas por el campeón. Porque, con o sin bastón, solitario o acompañado por otros, en la destartalada habitación trasera de un gimnasio que se caía a trozos en la zona conocida popularmente como las "Malas Tierras" o en la mejor habitación del Arizona Biltmore Resort & Spa de Scottsdale, en Arizona, el señor Joseph William Frazier jamás dejó de ser un campeón.
El sábado por la tarde me enteré de que Frazier tenía el hígado muy dañado y esta mañana acabo de conocer que ha muerto. Mierda de cáncer. Me habría gustado ver un combate en igualdad de condiciones entre esas piojosas células malignas y el bueno de Joe. Otro gallo habría cantado con un juez, un ring y un par de guantes. Pero, atacando todas juntas y por la espalda, a traición, pudieron con él. Hubo un momento, hace ya de eso más de cuarenta años, en que Frazier paseó por todo el mundo con orgullo pero sin vanidad, con un respeto escrupuloso, aquel cuerpo titánico suyo fruto de horas y horas de gimnasio, pero los huevos no se entrenan y el señor Joe Frazier fue el campeón de los huevos. Recemos por él, a buen seguro que estará en el cielo de los boxeadores. Quedémonos con aquella imagen suya tumbando al invencible Ali. Descansa, campeón, te lo mereces. Y no te quites jamás el sombrero.