No es la primera vez, y seguramente no sea tampoco la última, que para referirme al mismo asunto traigo a colación idéntica escena de la misma película, que es La lista de Schindler. Y es cuando Oskar Schindler se reúne con Itzhak Stern para explicarle que quiere montar una fábrica de ollas que más tarde acabaría produciendo utensilios de campaña. Como la mano de obra alemana era demasiado cara, Schindler terminaría seleccionando a sus trabajadores entre los judíos que se encontraban en el campo de concentración de Plaszow. En un momento determinado Stern, que está interpretado por Ben Kingsley, le dice a Schindler: "Si ellos ponen el dinero y nosotros ponemos el trabajo, ¿usted qué hace?". Y entonces Schindler, con un profundo cinismo, responde: "Ah, no, no, a mí nunca se me dio bien trabajar. Yo pongo la presentación". O sea, un caradura, un jeta reconvertido, eso sí, puesto que al final resulta que Schindler tiene un corazón de oro.
Desde tiempos inmemoriales, al menos desde que yo llevo trabajando como periodista y de eso hace ya la friolera de más de treinta años, la pregunta que los clubes no se atreven a hacerle a la FIFA y sus diferentes ramificaciones, léase UEFA, CONCACAF, CONMEBOL, Confederación Asiática, etcétera, etcétera, etcétera, es la misma que, mirándole a los ojos, sí se atrevió sin embargo a realizarle Stern a Schindler: "Si ellos ponen el dinero y nosotros ponemos el trabajo, ¿ustedes qué hacen?" Como el protagonista de la película de Spielberg ellos dirán que ponen la presentación, y en el caso concreto de la UEFA, el pasado 13 de diciembre quedó suficientemente acreditado y delante de todo el mundo además, en vivo, en directo y en ridículo, que ni siquiera son capaces de hacer eso puesto que hubo que repetir íntegramente el sorteo de los octavos de final de la Champions debido, según la organización de Ceferin, a un problema con el software.
Si los clubes de fútbol, que en su gran mayoría son sociedades anónimas deportivas que cotizan en bolsa, con un consejo de administración y unos inversores ante los que hay que rendir cuentas, ponen el campo, ponen los aficionados y ponen (y pagan, y muy bien) los futbolistas, ¿qué narices aportan FIFA, UEFA y el resto de pesebreros? Porque en el caso de Schindler sí era cierto que él ponía la presentación, pero en el caso de estos gandules ni siquiera eso. ¿Qué ponen ellos? Ellos no ponen nada de nada y ni siquiera son capaces de consensuar un calendario que no falte al respeto a los clubes y que no acabe fundiendo a los deportistas y, por ende, afectando al espectáculo.
Tenía que llegar el día. Si Luis Rubiales justificó la presencia de la Supercopa de España a miles de kilómetros precisamente de España, ni más ni menos que en Arabia Saudita y dando la espalda a los aficionados españoles, al objeto de solucionar el problema de los derechos humanos, tenía que llegar el día en el que Gianni Infantino justificase su decisión de organizar el Mundial cada dos años, que tiene una finalidad exclusivamente económica, como hoy lo ha hecho. La FIFA no quiere el Mundial cada dos años para llenarse aún más los bolsillos, no, sino, y leo textualmente, para &darles a los africanos la esperanza de que no tengan que cruzar el Mediterráneo para quizás poder tener una vida mejor aquí&. ¿De qué planeta han venido estos especímenes? ¿De dónde los sacan?
La Superliga también es eso. No es sólo eso sino que también lo es. La Superliga, que estuvo mal formulada y peor explicada, es también la posibilidad de que los clubes de fútbol, que lo ponen todo, construyan su propio destino sin la intervención de monopolios decimonónicos controlados por burócratas que, en la inmensa mayoría de los casos, llevan años sin bajarse del coche oficial de lunas tintadas. Mientras los clubes no se unan, mientras los clubes no se muestren solidarios entorno a una competición controlada por ellos mismos, no habrá nada que hacer. Y aquí surge otro problema que no es menor y es la absoluta cobardía de la mayoría de los dirigentes de los clubes que aquí, en España, está personificada en el consejero delegado del Atlético de Madrid, Miguel Ángel Gil, que en cuanto vio que silbaban las balas puso pies en polvorosa y todavía está corriendo del susto. Si los clubes lo ponen todo, incluso la cobardía, ¿qué pone usted Infantino? Usted pone la mano. Pero contra el vicio de pedir...