La explicación de que Luis Aragonés siga ahí, aguantando carros, carretas y Hierros, desprestigiándose a sí mismo y arrastrando por el suelo la imagen que la inmensa mayoría tenía de él, puede ser doble: por necesidad o porque le va la marcha más que a un tonto un caramelo. Cualquiera de esos dos motivos es muy respetable, más aún si cabe el segundo que el primero, pero lo que no pueden pretender sus satélites es zanjar de una vez por todas el debate sobre el seleccionador, que no sobre Raúl González Blanco, en aras de una jubilación reposada y tranquila para el hombre que ha de sentarse en el banquillo del equipo nacional, mi equipo, el equipo de todos los españoles, durante la próxima Eurocopa de 2008.
Si quieren darle un partido homenaje que se lo den de una vez, ¿dónde hay que firmar? Si quieren entregarle las llaves de un coqueto pisito en Marina d'Or que se las entreguen, ¿cuánto hay que poner? Pero mientras permanezca ahí, agarrado como Ahab al lomo de Moby Dick, empeñado en montar a Trueno igual que Gregory Peck en Horizontes de grandeza, tendrá que encajar las críticas como hicieron todos y cada uno de sus prestigiosos antecesores en el cargo. Y con más razón incluso porque, que yo recuerde, ni Kubala, ni Santamaría, ni Muñoz, ni Miera, ni Suárez, ni Clemente, ni Camacho ni tampoco Sáez prometieron nunca, jamás, que se irían, y luego se pasaron la promesa por el arco del triunfo. El último, Sáez, amagó, pero luego se lo pensó mejor. Aragonés también se lo pensó mejor y ahí sigue, buscando pasar a la historia a nuestra costa.
Les confesaré algo: verdaderamente me importa una higa que Luis lleve o deje de llevar a Raúl. Decía Jacinto Benavente que una idea fija siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena todo el cerebro. Tengo la impresión de que el sistema límbico, el hipocampo, el tálamo y el hipotálamo deportivos de nuestro seleccionador nacional de fútbol rebosan de la idea fija de no volver a contar nunca más con el capitán del Real Madrid, y que no le convocará única y exclusivamente por un motivo personal. Pero si sus satélites desean para él un retiro tranquilo y quién sabe si incluso un triunfo histórico (la vida te da sorpresas) dentro de ocho meses, deberán sugerirle que explique como es debido por qué el peor de los Luises sigue sin convocar al mejor de los Raúles. Ahí habrá acabado toda la polémica y podremos irnos tranquilitos por fin a la cama. Entretanto habrá debate, ¡vaya que si lo habrá! Y tendrá que esperar la Ciudad de Vacaciones.