La de Messi es la paradoja del secuestrador secuestrado, del prisionero carcelero. A él le secuestra deportivamente hablando el Barcelona apelando a la cláusula de 700 millones pero, a su vez, el jugador secuestra al club, al resto de futbolistas y a la afición, presos todos de un Síndrome de Estocolmo como una catedral de grande. Si, tal y como aseguró anoche Cristobal Soria en El Chiringuito, ninguno de sus compañeros fue capaz de sostenerle la mirada a Messi en su rentré después de que éste arremetiera con inusitada virulencia contra el proyecto deportivo en la entrevista que concedió a Goal, el problema del Barcelona va más allá porque el timorato Messi, el Messi flojo, el pecho frío resulta que está rodeado de una panda de cobardes.
Porque lo que vino a decir Messi en esa entrevista es que al equipo no le llegaba para competir con lo que tenía, o sea que sus compañeros no tenían la calidad necesaria imprescindible como para luchar hasta el final por todos los títulos. Algo parecido, aunque bastante más dulcificado, dijo hace tiempo Cristiano y al portugués se le crucificó, se le tildó de chulo y de prepotente y se montó un cisco de mucho cuidado. Las palabras de Messi, al que aún hoy se sigue tratando de blanquear, fueron bastante más duras y, repito que según Cristobal Soria, la respuesta de futbolistas profesionales de élite, deportistas que cobran un montón de dinero, ha sido agachar la cerviz al paso del amo, del dueño del vestuario. Lógico es deducir, por lo tanto, que si a Messi se le acusa de tener poco carácter, el resto de sus compañeros tiene aún menos que él, probablemente por eso nadie le haya arrancado aún a bocados el brazalete de capitán, que indudablemente no merece portar durante más tiempo en el brazo.
El refrán que mejor define ahora mismo la situación por la que está atravesando el barcelonismo es el de "verlas venir, dejarlas pasar y, si te mean, decir que llueve". Por mucho que se quiera vender el barcelonismo de Messi, el jugador se ha orinado durante una semana en el club, en sus directivos, en la afición y en sus compañeros, pero todos, al unísono, dicen que llueve en la ciudad condal. Pero no llueve agua, no, sino que llueve ese líquido acuoso transparente y amarillento, de un olor característico, secretado por los riñones y enviado al exterior a través del aparato urinario. O sea, y perdón de antemano por la vulgaridad, llueve pis.
Aunque, y llegados a este punto de sumisión culé, tampoco sería de extrañar que en los aledaños del Camp Nou empezara a venderse la orina de Lionel embotellada del mismo modo que el casino en línea Golden Palace llegó a subastar una presunta prueba de embarazo de Britney Spears que alguien muy loco y con mucho dinero adquirió por cinco mil dólares. Messi ha zarandeado al club y, a cambio, sus groupies le han devuelto poemas de amor. Messi ha puesto a parir a Bartomeu, que ha optado por pasar palabra. El silencio de Bartomeu no es el silencio del presidente del club sino el silencio del Barcelona, de la institución. Messi ha dudado de la valía de los futbolistas que le rodean y estos, según Soria, no le han aguantado la mirada. Si no se la han aguantado es probablemente porque la han bajado y si la han bajado es seguramente porque, y hablando de la orina, hay pocos riñones en ese vestuario. Porque Messi podrá ser muy bueno, buenísimo, pero quienes le rodean son al menos tan profesionales como él.
Me malicio que el barcelonismo, el pretendidamente intelectual y el otro, el de la calle, va a tratar de olvidar esta pesadilla aplicándole al problema la misma solución que lo generó aunque en dosis aún mayores si ello fuera posible. Si antes le dieron, ahora le van a dar aún más. Si antes le pidieron opinión, ahora se la van a pedir más veces. Y si hasta ayer bajaban la mirada supongo que ahora, a su paso, se esconderán en una taquilla hasta que Lionel I El Temible se duche y se largue con su coche. De momento, y para abrir boca, el ogro Koeman, el entrenador directo y sin pelos en la lengua, el hombre que revolucionó al Valencia, el técnico que cambió de arriba abajo al Everton, se la ha tenido que comer con patatas y ha pasado por el trágala de que su futbolista franquicia haya desaparecido de los entrenamientos porque sí, porque estaba lloviendo en Barcelona mientras él se orinaba en el club.
El día de su presentación Koeman dijo que él sólo quería trabajar con gente que quisiera estar... pero Messi no quiere. Dicen que ayer, en una reunión exprés, le pidió compromiso, uno de esos compromisos que cuestan cien millones de euros brutos al año, cincuenta netos. Si Cristiano hubiera hecho o dicho una millonésima parte de lo que ha hecho y dicho Messi de un tiempo a esta parte, Lucía Caram nos habría excomulgado a todos. Pero con Messi callan, aplauden y bajan la mirada: verlas venir, dejarlas pasar y, si Lionel te mea, decir que llueve en Barcelona.