No hay que darle más vueltas. La falsa acusación inglesa de racismo contra el estadio Santiago Bernabéu tiene una explicación: la campaña publicitaria que la Federación de aquel país ha iniciado con la vista puesta en la organización del Mundial de 2018. No se pueden extraer conclusiones ciertas de una falsedad, por más que algunos –y ahí está el caso del reputado Relaño– escriban que algo racistillas sí que somos en el fondo porque por la calle decimos coloquialmente eso de que nos engañan como a chinos (¿dónde vas diario As?). La increíble sanción de la UEFA contra el Atlético de Madrid tiene otra explicación: la nacionalidad de su presidente. El viernes, Platini decía lo siguiente en La Provenza: "Recibí cartas que me sensibilizaron, sobre todo las de aficionados discapacitados del Marsella. Yo se lo he transmitido a la comisión competente que va a tratar el dossier sobre el asunto con gran seriedad. Si la Comisión Disciplinaria impone una sanción que yo estime que no es apropiada, puedo apelar".
Da lo mismo que el Atlético recurra y que Enrique Cerezo patalee o llame a la rebelión: el equipo rojiblanco, que regresa a la Champions después de diez años de ausencia, no tiene él sólo la fuerza necesaria imprescindible para imponer la lógica en todo este asunto. Los grandes clubes europeos ya tuvieron ocasión de sublevarse contra la UEFA, que es como la SGAE del fútbol europeo, y la desperdiciaron porque les atenazó el miedo a volar. El Atlético, que cuenta con el respaldo de todos, recurrirá en tiempo y hora, pero el recurso pillará al señor presidente en la ducha cantando La Marsellesa: "Allons enfants de la patrie, le jour de glorie est arrivé!"... Platini dice en un diario francés que si no se impone una sanción dura puede apelar y luego uno de sus empleados, un tal Gaillard, después de afirmar que siempre tienen problemas con la policía española, afirma sin despeinarse, entre canapé de caviar y bocadito de jamón, que la Comisión de Disciplina es un órgano independiente.
Soy pesimista al respecto. Da igual que fueran los violentos hinchas franceses quienes agredieran a la Policía. Da lo mismo que los incidentes surgieran precisamente cuando la Policía, ateniéndose a las instrucciones de la UEFA, retirara una pancarta que incitaba a la violencia. Da igual que el delegado de la UEFA calificara con una nota alta la organización al final del partido. Da lo mismo que los gritos de Kun, Kun, Kun, habituales en las gradas del estadio Vicente Calderón, fueran confundidos por algún uefo con problemas de oído con cánticos racistas. Da igual que los presuntos discapacitados a los que hace referencia Platini no acusaran ninguna minusvalía. Da lo mismo que haya tres mil aficionados del Liverpool con una entrada para ver el partido. Todo da igual y todo da lo mismo por el simple hecho de que el presidente de la UEFA nació en Joeuf, y eso no cae por Chamberí. Desgraciadamente no será Cerezo quien le coloque el cascabel a este gato gordo y viejo. Hace mucho tiempo que los grandes clubes europeos, que ponen campo, afición y jugadores, tienen ante sí el reto de llevar a cabo la auténtica revolución del fútbol: acabar con los vividores. Y Platini en la ducha cantando La Marsellesa.