Cristiano Ronaldo es de largo el futbolista de la Liga española más zaherido, humillado y ridiculizado por las aficiones rivales. Da igual que el delantero portugués se preste a disfrazarse con peluca y bigote para darle una sorpresa a un niño en la madrileña plaza de Callao o se implique en un montón de causas solidarias, da lo mismo que gane dos, tres, cuatro o dieciséis Balones de Oro porque el odio y la xenofobia fruto de la ignorancia más supina no van a cambiar. Anoche, en La Goleada, Antonio Ruiz se sorprendió cuando hablé de xenofobia: "Eso que estás diciendo es muy grave". A mí, qué quieren que les diga, me sorprendió su sorpresa puesto que lo grave no es que servidor se limitara a constatar un hecho evidente (el cántico de "Ese portugués, hijo puta es" se convirtió hasta hace poco, hasta la instauración de la ley seca de Tebas, en habitual en todos y cada uno de los campos de España) sino que obviaramos el asunto, decidiéramos mirar hacia otro lado...
Xenofobia, sí, xenofobia. Un rechazo que se convirtió en viral cuando, de repente, de la noche a la mañana, en el Real Madrid coincidió un grupo de portugueses. En el fondo, en España siempre hemos considerado a Portugal como nuestro patio trasero y hemos mirado de soslayo y por encima del hombro ("¿Vas a Portugal?... ¿A qué, a comprar toallas?") a nuestros vecinos. Algo parecido nos pasa a nosotros con los franceses y nos sienta rematadamente mal. Pero estos portugueses, y destacadamente Mourinho y el propio Cristiano, que encabezaban el grupo, eran distintos: hablaban con orgullo de su país, provocaban, no se amilanaban por nada, no se escondían, siempre daban "titulares"... en definitiva: venían a conquistar España. Inaceptable, desde luego. Mou y Cristiano, Cristiano y Mou no sólo no daban las gracias sino que reclamaban nuestra gratitud por haber elegido España.
Mi objetivo no es en absoluto convertir a Cristiano en un santo porque no lo es. Tampoco lo es Mourinho. Pero en el fondo de esta alocada y frenética lapidación pública que se ha producido tras la reacción del delantero del Real Madrid golpeando al jugador del Córdoba (una acción que, por lo demás, puede verse habitualmente en los campos de fútbol) subyace la más pura y dura xenofobia. Y puesto que ese odio no va a cambiar y los árbitros de nuestra Liga están decididos a pasar por alto los innumerables empujones, agarrones y golpes que Ronaldo recibe en todos y cada uno de los partidos en los que interviene, yo... me quedo con el otro Cristiano, con el Cristiano que encara, con el Cristiano que anima al defensa que acaba de pegarle la enésima patada a que siga haciéndolo, con el Cristiano que aplaude a la grada cuando escucha eso de Balón de Playa, con el Cristiano guapo, famoso y rico. A Mourinho también quisieron alienarle y él no se dejó. Yo no quiero que Cristiano sea Messi, ¡válgame Dios!... Yo quiero que vuelva el otro Cristiano, el Cristiano que lleva cinco años impidiendo conciliar el sueño a las aficiones rivales.