Supongo que a Lewis Hamilton no le sentarán nada bien las declaraciones realizadas por Fernando Alonso nada más finalizar el Gran Premio de Francia. Tras haber concluido séptimo en Magny Cours, casi al mismo tiempo que el inglesito subía de nuevo al podio (ocho de ocho), el campeón del mundo deseaba que "otras veces sea él –en referencia a Hamilton– quien tenga mala suerte, a quien se le rompa la caja de cambios o le salga el safety, para poder recortar puntos". Esto se le está yendo de las manos a Ron Dennis y, por mucho que pretendan ponerle paños calientes a la rivalidad entre sus dos pilotos, a medida que avanza el campeonato está cada vez más claro que en McLaren-Mercedes tienen un problemón. Claro que Alonso no es el único que está haciéndole vudú a Hamilton. En una emisora de radio escucho lo mismo, y en Tele 5, ya terminada la carrera, oigo al narrador exclamando más o menos lo siguiente: "¡A ver si vamos a llegar así a Brasil y no va a tener un día de mala suerte!" Porque todo queda reducido a la suerte, claro. La mala de Alonso y la buena que tiene el inglesito, puesto ahí, como todo el mundo sabe, por el Ayuntamiento de Tewin.
Ni siquiera tienen imaginación. Ojalá Hamilton vaya a pasar unos cuantos días a su casita de Aspen y caiga una nevada tan descomunal que no le quede más remedio que permanecer allí encerrado durante dos semanas. Ojalá el mecánico de Hamilton llegue borracho el día de la carrera y, en lugar de gasolina, le ponga whisky de malta. Ojalá Hamilton visite el Parque de Atracciones de Madrid y se quede enganchado en una de las barcas de la atracción conocida como "La Turbina", de tal forma que, cuando baje, tenga un mareo de tales dimensiones que sea incapaz de subirse a un monoplaza. Ojalá el papá de Hamilton le pida a su hijo el piloto que le cuelgue un cuadro, éste se golpee con el martillo en un dedo de la mano derecha y los médicos recomienden que conduzca sólo con la izquierda.
Ya verán como al final va a ser el piloto del safety car