Para empezar el partido no debió jugarse. No debió jugarse porque si, como al final (es por supuesto una forma de hablar porque a Cristiano tuvieron que taparle la brecha de la ceja en el minuto 3, muy al principio) sucedió, Navarro no te partía la cara por el aire o Ballesteros no te afeitaba el tobillo por tierra, ya se encargaría el Ciudad de Valencia, convertido en otro adversario más, de hacerlo por mar. En cualquier otra circunstancia del Real Madrid se habría esperado que hubiera salido indemne y sin lesionados o heridos del partido, el problema era que el Barcelona venía de ganar (con polémica en el cuarto gol) y al equipo de Mourinho no le quedaba otra que dar aquella batalla sin Marcelo, Benzema, Higuaín o Khedira y con Coentrao recién salido de una lesión. Ya lo telegrafió la víspera en Marca Ballesteros: "El Madrid sabe lo que le espera aquí". Aún así, prevenidos y todo, uno tenía que tener mucha imaginación para suponer todo lo que luego pasó.
De forma que, como Felipe II, Mourinho también mandó sus naves a luchar contra los elementos... pero en esta ocasión el Real Madrid salió victorioso. Así que el partido, que debido a las circunstancias fue malo de solemnidad, puede convertirse sin embargo en clave del devenir de una temporada que, no nos engañemos, no ha hecho más que empezar. Pero todo es susceptible de empeorar: con la visión nublada tras el codazo de Navarro, que siguió como si nada sobre el campo, Cristiano logró el 0-1; el Madrid pudo matar entonces el encuentro pero sin embargo fue Ángel quien, con el crack portugués groggy en el vestuario, empató a uno en claro fuera de juego. La cosa pintaba mal que peor porque todo el mundo sabía que se escapaba un cachito importante de Liga si el equipo blanco no lograba los tres puntos.
Lo de después es conocido por todos: penalti fallado por Xabi (se hizo justicia porque la falta sobre Callejón es fuera del área) y gol épico del chaval Morata a falta de cinco minutos para el final. Un 1-2 valiosísimo de un equipo que tuvo que calzarse las botas y ponerse las pinturas de guerra para salir vivo de Valencia. El posterior ridículo de Juanlu y de Diop tratando de justificar lo injustificable y el show de Ballesteros son actitudes claramente definitorias del grado máximo de excitación de algunos equipos cuando se trata de recibir en su casa al campeón de Liga. Quien, como es su costumbre, no volvió a dar la cara tras rompérsela a Cristiano fue Navarro. La advertencia del capitán del Levante se quedó corta porque era difícil saber qué le esperaba en aquel infierno al Madrid. Pero, visto lo visto, yo me alegro porque, parafraseando a Napoleón, el Real demostró un indisimulable coraje, una rara virtud que acaba burlando siempre a la hipocresía.