Leí una vez a Maruja Torres, creo, decir que para ella era mucho mejor no conocer en persona a aquellos individuos de los que luego tenía que escribir. Es cierto. Yo, por ejemplo, preferiría no haber conocido nunca a Gregorio Manzano. O, para ser exacto, preferiría haberle conocido en otras circunstancias diferentes. No me hubiera importado conocerle siendo él maestro de escuela y yo camarero del Café Gijón, o él bombero y yo astronauta. Afortunadamente Manzano anda lejos de Madrid, pero tengo que reconocer que, cuando entrenaba al Atleti, no era demasiado objetivo. Sigo creyendo que lo hizo bien, aunque la amistad –o, por mejor decir, la complicidad– mina el imprescindible espíritu crítico.
Por eso comprendo que haya periodistas que defiendan a Fernando Torres caiga quien caiga y diga lo que diga. ¡Cómo no habría de comprenderlo! Son amigos suyos y ejercen como tales. Pero, en honor a la verdad, el niño, por mucho que traten ahora de protegerle, ha estado francamente desafortunado a la hora de decir adiós –según él, hasta luego– a su familia. No es que Torres se despidiera a la francesa, no, sino que en Liverpool afirmó, entre otras cosas, que llegaba a "un club de campeones". ¿Qué son, salvo unos auténticos campeones, Gárate, Pereira, Luis, Adelardo, Leivinha, Calleja, Griffa, Ayala, etcétera, etcétera, etcétera?
Otro buen periodista, José Damián González, me dijo también hace mucho tiempo lo siguiente: "Juanma, no podemos ser amigos de los futbolistas". Y es cierto. Un periodista sólo puede ser amigo de un ex futbolista. Aunque, y es una opinión muy personal, un futbolista no deje nunca de serlo por mucho que cuelgue las botas y deje de cobrar por jugar. Que haya ahora quien, dándole torticeramente la vuelta a una historia que está meridianamente clara, pretenda convencer a los atléticos de que Torres se va por la imprevisión de Enrique Cerezo o la dejadez de Miguel Ángel Gil, supone sólo la ratificación, punto por punto, de aquella frase que me dijo Damián y que entonces no entendí pero que ahora comprendo perfectamente.
Los amigos de Torres le defienden por eso, porque son sus amigos. Es, por supuesto, una admirable prueba de lealtad personal. Truman Capote decía que el periodismo implica traición, aunque no creo que Capote, que escribía como los mismísimos ángeles, estuviera demasiado bien de la chaveta. Pero, puestos a traicionar, lo último que puedes hacer es traicionarte a ti mismo porque, haciéndolo, traicionas de paso a tus lectores u oyentes. Torres se fue porque quiso. Hizo por el Atleti, por cierto, bastante menos de lo que el Atleti hizo por él. Aunque no desayuné nunca con el niño chocolate con picatostes, siempre me pareció un chaval serio y con la cabeza bien amueblada. Pero esta última semana la sensatez ha estado de mudanza. Echarle encima el muerto al club supone tanto como desviar adrede el punto de mira.