La buena noticia es que, siguiendo con esta sencilla progresión aritmética, ya podríamos vaticinar el año exacto en el que el Real Madrid conseguirá ganar al Olympique de Lyon en el Estadio Gerland. Si perdió por 3-0 en 2005 y ayer lo hizo por 2-0, imagino que el año que viene tocará caer por la mínima, empatará a cero en 2008 y, allá por 2009, ganará por 1-0. Fabio Capello pide tiempo, pero Ramón Calderón, que le ha traído al italiano todo lo que exigió, lo único que no puede comprarle a su entrenador son días, horas y minutos. Ni siquiera en el mercado de invierno. Capello pide un imposible, y él mejor que nadie tendría que saberlo. La excelencia del Real Madrid le exige estar siempre arriba. Lo único que no tiene el Madrid, señor Capello, es tiempo. A Heynckes le echaron a la calle inmediatamente después de conquistar la séptima Copa de Europa. El alemán tampoco tuvo tiempo.
Otro que pide tiempo es Pedja Mijatovic, uno de los héroes de la séptima. En su día creí entender que una de las virtudes que tenía este proyecto era su inmediatez. Acuciado por tres años en blanco, los responsables del club contrataban a un entrenador resultadista y éste, a su vez, se rodeaba de jugadores de contrastada experiencia. Cannavaro, campeón del mundo con Italia, no iba a asustarse tan fácilmente en el estadio Santiago Bernabéu. Ni Emerson. Ni Van Nistelrooy. Mijatovic se equivoca al pedir paciencia. El aficionado madridista es un aficionado esencialmente impaciente. Ya lo ha visto todo y, precisamente debido a eso, no está dispuesto a regalar absolutamente nada. Y mucho menos tiempo.
Exactamente los mismos que defendían con vehemencia, allá por el mes de mayo, la necesidad imperiosa de convocar elecciones para solucionar los problemas que tenía el club, argumentan ahora que esta plantilla se ha confeccionado en mes y medio. Pero el socio del Real Madrid tendría que estar muy contento, ¿no? Al fin y al cabo ganó la democracia. De todos es sabido que la democracia es muy importante en el mundo del fútbol, un aspecto fundamental. A la gente le da lo mismo si en su equipo están o no los mejores futbolistas del mundo con tal de que el suyo sea un club escrupulosamente democrático. De ahí, por ejemplo, que Valencia fuera el martes por la noche un auténtico valle de lágrimas tras la exhibición de su equipo en Grecia. Ganaron, sí; pasaron por encima del Olympiakos, también; Morientes logró un "hat trick", de acuerdo. Pero ya no pueden votar. Vaya desgracia.