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El penúltimo raulista vivo

Ulises en bicicleta

Ya lo he comentado alguna que otra vez, pero no me importa repetirme. En la película El Mejor, una de mis favoritas, Barbara Hershey le pregunta a Robert Redford si ha leído a Homero: "si no es cronista deportivo, no", responde Roy Hobbs. "Homero murió hace mucho tiempo. Escribía sobre dioses y sobre héroes. Y si hoy hubiera estado aquí, habría escrito sobre béisbol". Si el 23 de julio de 2008, hace ahora un año menos dos días, el poeta griego a quien se atribuyen La Odisea y La Ilíada hubiera estado presenciando el Tour de Francia, no me cabe la menor duda de que habría escrito sobre ciclismo. El mejor de aquella épica jornada, el Roy Hobbs que nos dejó a todos atónitos con su exhibición de fuerza y de carácter, no fue otro que un caballero llamado Carlos y apellidado Sastre de primero y Candil de segundo, que no acierto yo muy bien a comprender a santo de qué las madres, que al fin y al cabo son las que paren también a los héroes, han de quedarse fuera de la fiesta.

No pasó nada en el Galibier, ni tampoco en la Croix de Fer, pero según empezaba la ascensión al mítico Alpe d'Huez, Sastre pegó un latigazo. Sólo le siguió Menchov. Evans respondió como pudo y alcanzó al español, pero entonces Carlos volvió a arrancar con una violencia tal que dejó clavados a sus rivales en la carretera. Veinte segundos, Veinticinco. Treinta. Por detrás tiraron los Schelck hasta que Bjarne Riis pegó dos gritos. Carlos Sastre venció allí donde sólo habían sido capaces de hacerlo los más grandes: Coppi en 1952, Zoetemelk en 1976 y 1979, Hinault en 1986. Recuerdo que aquella noche entrevisté a Sastre y él me preguntó si allí no había ganado Induráin: pues no, allí no ganó Miguel. Lo hicieron Echave en el 87 y Mayo en 2003. Carlos salió de allí con el maillot amarillo y se convirtió en el séptimo ciclista español en conquistar el Tour de Francia. No escatimamos entonces elogios y no lo hacemos tampoco ahora cuando ya ha transcurrido cerca de un año.

Por eso me extrañó tanto la reacción que tuvo ayer Carlos Sastre. Por supuesto que no la voy a juzgar porque yo no sé lo que puede pasar por la cabeza de un ganador del Tour de Francia, pero reconozco que me extrañó. Seguro que si Homero se hubiera imaginado a Ulises sobre una bicicleta, este habría tenido la cara de Carlos Sastre. A Ulises también le dieron por muerto, craso error. Y si el autor de La Odisea hubiera estado en una de las curvas de Alpe d'Huez, escondido entre los aficionados, seguro que habría mandado su crónica elogiando la gesta del madrileño. Esta no es una historia de buenos y malos sino de buenos y mejores todavía. Si no sucede nada extraño, que ojalá no suceda, Alberto Contador entrará este domingo en París vistiendo el maillot amarillo de líder de la carrera ciclista más importante y prestigiosa del mundo. Y cuando suene el himno nacional español, con él, en el cajón más alto del podio, estarán Pereiro, Delgado, Indurain, Bahamontes y Ocaña. Y Carlos Sastre. Por mucho que lo intentáramos, que no es el caso, lo que él logró en 2008 no lo podría olvidar o tapar nadie. Y ahora, en 2009, a por la cuarta victoria española consecutiva que es lo que toca.

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