Albert Rivera, un catalán cabal, un hombre serio y responsable, vino a decir ayer a propósito de la asistencia del entrenador del Barcelona al quincuagésimo aniversario de una asociación que pide la autodeterminación para Cataluña y aboga por la insumisión fiscal, que el problema no era Guardiola sino que el club se había convertido en una plataforma destinada a fomentar el catalanismo nacionalista. Yo añadiría que así lo quisieron sus socios, los verdaderos propietarios, votando primero a Laporta y después a Rosell, que está demostrando ser una mala copia del primero. Es cierto que, tal y como dijo una vez Valdano, el Barcelona crece hacia adentro, fagocitando o incomodando al menos a los millones de culés que viven fuera de Cataluña, mientras que el Real lo hace hacia afuera, corroborando así su vocación de universalidad.
Aquí no está en cuestión la libertad de las personas para opinar, moverse libremente y acudir a aquellos actos que le sean más gratificantes. No es ése el debate. La Constitución ampara a Marta Ferrusola para poder decir que el Barcelona no debe asociarse con la "marca España", Guardiola puede aplaudir a rabiar en un acto que propone la independencia, un periobarcelonista pùede decir que el Barça no se va a prostituir aceptando el dinero de Mesquida, otro comparar a Mourinho con Bin Laden y yo puedo decir que me repugnan las declaraciones de una y el fariseísimo del otro, puedo decir que el Real Madrid es el equipo de España, puedo decir que todas las noches nos acostamos con Lorena Bobbit y, al levantarnos, tenemos que hacer recuento de los órganos amputados, puedo decir que es asqueroso que un ex jugador culé comparara un atentado de ETA con un salto de altura y, al fin, puedo decir que, como consecuencia de todo ello, el éxito culé en la Champions fue un día de luto para el deporte nacional porque supuso la victoria de un tipo que nos llamó chorizos a todos los españoles por el simple hecho de serlo.
El problema no es decir, puesto que aquí todos decimos de todo, sino hacer. ¿Por qué Laporta, o ahora Rosell, no obran en consecuencia y retiran a todos sus equipos de unas Ligas que ellos consideran extranjeras? ¿Cómo es posible que se consienta que estén al plato y a las tajadas, en misa y repicando, nadando y guardando la ropa, dinamitando desde dentro, con nuestro conocimiento y nuestro consentimiento, aquello en lo que la mayoría de ciudadanos españoles sí creemos?... Sé que estas cosas no son agradables, pero yo no hablo de política, no, sino de lo que simbolizan unos y otros, y, por concretar, lo que representan el Real Madrid, porque así lo quieren sus socios, y el Barcelona, porque así lo quieren los suyos. Mirando hacia otro lado, regateando la realidad, sorteando los problemas, no lograremos nada. Yo soy un montaraz, un cavernícola, un clown, un facha que va a rezar al Valle de los Caídos por decir que quiero a España. Lo moderno es lo contrario. Yo me quedo con los toros y con las Manolas. Lo digo y, salvo que me corten el grifo, lo seguiré diciendo.