José Enrique podrá llamar tonto las veces que él quiera a Fabiano Eller, pero, gracias a un gol del defensa brasileño, el Atlético de Madrid se llevó tres puntos importantísimos de El Madrigal. Eller se limitó a hacer lo que Diego Forlán, un jugador muy listo, dijo que él haría en una situación similar: chutar a gol y luego preguntar qué pasaba con el caído. He visto repetidas varias veces las imágenes de la jugada del gol atlético y no creo que nadie pueda afirmar con certeza que Agüero vio a Guille Franco tumbado sobre el césped. Pero es que, incluso en el caso de que le hubiera visto, la potestad de parar el juego corresponde única y exclusivamente al árbitro del partido y, desafortunadamente para todos, el árbitro que les había tocado en suerte para ese partido era realmente malo, un horror.
En septiembre alabé la decisión adoptada por José Luis Mendilibar de advertir a todo el mundo antes de cada partido que sus jugadores no lanzarían el balón fuera bajo ninguna circunstancia, ni por un lesionado, ni por un mareado, ni siquiera por un embarazado. Supongo que esa decisión unilateral del entrenador del Valladolid será a estas alturas conocida de sobra por todos y cada uno de sus rivales de Segunda y que éstos, en una situación parecida, le pagarán a él con la misma moneda. Mendilibar no es un desalmado a quien le importa un bledo el dolor ajeno, no; lo que ocurre es que Mendilibar cobra por entrenar, no por parar el juego cuando hay un lesionado. Ese es justamente el trabajo del árbitro. ¿Qué le habría dicho Manuel Pellegrini a Muñiz si éste se hubiera dirigido al banquillo del Villarreal para cambiar a Pires por Josico? Supongo que el chileno habría puesto el grito en el cielo, ¿no? Pues al revés sucede igual.
Me parece que algunos futbolistas del Villarreal, excepción hecha de Forlán que dejó bastante claro que él habría chutado primero y preguntado después, llaman tontos a algunos futbolistas del Atlético de Madrid porque fueron precisamente ellos quienes picaron de auténticos sansirolés. Por si los árbitros no tuvieran ya suficientes problemas con la famosa unificación de criterios, ahora quieren dejar también a criterio de los jugadores, unos egoístas de tomo y lomo, cuándo echar la pelota fuera y cuándo no hacerlo. Primero les dieron un dedo, luego la mano y han acabado por agarrar todo el brazo. Ojalá se produzcan en el futuro cuatro o cinco jugadas parecidas a la de Eller en El Madrigal. Así, el entrenador se dedicará a entrenar, el goleador a golear, el árbitro a arbitrar y el directivo a decir chorradas. Cada uno en su sitio.