Decía Montaigne que el que no estuviera seguro de su memoria debería abstenerse de mentir. Para servidor, que además de memoria tiene internet, resultó francamente sencillo recordar aquí mismo la tira de años que se tiraron desde Barcelona (desde el Barcelona) acusando al Real Madrid de todas las maldades posibles, de robar al resto de equipos de Primera División, de contar con el beneplácito de las autoridades federativas, de aprovecharse de la simpatía arbitral para ganar Ligas, Copas y hasta Copas de Europa. Aún recuerdo cómo José Luis Núñez, que tenía el colmillo retorcido, timó literalmente a Luis de Carlos, que era un hombre esencialmente bueno, para que éste viajara a la ciudad condal a firmar una paz que duró dos telediarios y resultó ser una auténtica añagaza. Y ni siquiera hace falta tener memoria: quien fuera durante muchos años su mano derecha, Antón Parera, ha reaparecido hace tres días con la misma cantinela.
Vicente del Bosque comentó ayer en voz alta que no estaba demasiado seguro de cómo habrían quedado las relaciones entre Real Madrid y Barcelona después del carrusel de clásicos. Y puede que los jugadores de uno u otro equipo se lleven personalmente bien, mal o regular, pero las relaciones entre los dos grandes del fútbol español tienen que ser necesariamente malas. Por decir algo tan simple como esto me brearon ayer en twitter, acusándome de rencoroso, provocador, sectario... Hubo incluso quien me comparó con Detritus, el personaje que sembraba la cizaña en uno de los álbumes más famosos de Astérix. No voy a insistir demasiado: si hoy, 19 de mayo de 2011, Real Madrid y Barcelona siguen teniendo relaciones es única y exclusivamente por la bondad, en unos casos, o la dejadez, en otros, de los últimos cinco presidentes del club blanco. A don Santiago Bernabéu no le habrían tomado el pelo ninguno de éstos.
¿Por qué tienen que llevarse mal Real Madrid y Barcelona?... Sencillo: porque ambos quieren lo mismo. ¿Y por qué se lleva tantos palos el Real Madrid?... Porque todos quieren ser él. Hace tiempo que bauticé a esta patología como síndrome de Hugh Hefner: a casi nadie le amargaría el dulce de vivir en un castillo, pasearse por él con una horrible bata de guatiné de florecitas y vivir rodeado de rubias platino con medidas explosivas, pero eso sólo puede hacerlo el dueño de Play Boy. De ahí que Pepe haya dicho algo que se cae por su propio peso: él, como la inmensa mayoría de madridistas, irá con el Manchester United en la final de Wembley. Las cosas claras y el chocolate espeso: Del Bosque apoya al Barcelona en la final de la Champions y, en el transcurso del Mundial, Sandro Rosell iba con aquella selección que tuviera más jugadores culés en sus filas. Todos retratados.