Este Valencia tiene varios problemas. Uno de ellos es que, desde el primer día en que accedió a la presidencia del club, Juan Soler se impuso como una de sus obligaciones la de tratar con justicia y equidad a todos y cada uno de los medios de comunicación. Seguro que a José Ramón de la Morena le habría encantado extender sus dominios también hasta Mestalla, pero Soler marcó una clara línea roja y allí, informativamente hablando, gana el más listo o el más hábil. De ahí, por ejemplo, que la Cadena Cope fuera la única emisora que pudiera hablar el viernes con Ronald Koeman tras su presentación como nuevo entrenador en sustitución de Quique Sánchez Flores. Y es que, sin las cartas marcadas, jugando todos con el mismo número de ases, el equipo de deportes que encabeza Vicente Ordaz es, de largo, el más competente de Valencia.
Acostumbrado a mangonear a su antojo, puesto de repente en la tesitura de tener que competir con los demás en igualdad de condiciones, De la Morena se ha quedado rezagado en una plaza estratégica desde el punto de vista informativo, de ahí que Juan Soler, que al principio era un empresario serio y solvente, alguien capaz de pacificar a las diferentes sensibilidades del club, haya pasado ahora, sin solución de continuidad, a convertirse en el gordito del bigote, como si el director de El Larguero, que en un concurso de feos de España habría dejado a la altura del betún al mismísimo zapatero granadino Picio, fuera ahora, de repente, el hermano guapo de Tyron Power.
El problema extradeportivo podría solucionarlo perfectamente Soler pasando por el trágala del Mister Universo de la SER; de él depende seguir siendo independiente o convertirse en otra marioneta. El otro, ese que tiene al borde del K.O. europeo a una de las tres o cuatro mejores plantillas de la Liga española, está visto que no se soluciona echando a la calle al entrenador y que tiene que ser un poquitín más complicado que la falta de ambición de Quique denunciada por el oportunista Carboni. Si Soler hubiera pensado sólo en sí mismo, probablemente lo más atinado habría sido aguantar al entrenador hasta el partido contra el Rosenborg, quemándole a continuación cual si de un ninot se tratara. Ayer, en Mestalla, la gente ya no sabía de quién pedir la dimisión, si del consejo de administración o de la plantilla en pleno. Con Cañizares fuera y con Quique más fuera aún que Cañizares, Tintín se queda sólo ante el peligro. Que le pregunte a Tornasol cómo salir del embrollo.