En el origen de casi todo, y desde luego en el de los famosísimos "¿por qué?" de José Mourinho posteriores al partido de ida de Champions contra el Barcelona de la pasada temporada y que acabaron costándole al portugués un improcedente castigo de la UEFA, se encuentra sin duda alguna la polémica jugada entre Pepe y Alves que provocó la expulsión por tarjeta roja directa del primero, el hundimiento madridista, los dos goles de Messi y, en definitiva, la clasificación culé para la final, que, como todo el mundo conoce, acabaría ganando. El entrenador madridista tenía un plan, que mejor o peor era el suyo, y se vino simple y llanamente abajo en cuanto Wolfgang Stark desequilibró, a mi modo de ver injustificadamente, el partido a favor de uno de los dos contendientes.
Porque lo que yo, después de transcurridos varios meses desde entonces, vi en aquella ocasión y continúo viendo ahora, que no es por cierto lo mismo que ven otros, es que Pepe no tocó en ningún caso a Alves, pero este fingió sin embargo una agresión fruto de la cual no tuvo más remedio que revolcarse de insoportable dolor en el cesped, una actuación poco o nada solidaria con un colega suyo de profesión y cuya única finalidad no era otra que la de engañar al árbitro y, de paso, obtener una ventaja en la eliminatoria que su equipo no había logrado en buena lid sobre el campo. La interpretación de Alves, que dejaría en mantillas a la diva Gloria Swanson, encontró un espectador agradecido en la figura del innoble Stark, probablemente subyugado por la fama de leñero del central del Madrid.
Sirva todo lo anteriormente expuesto para decir que la Agencia Associated Press ha decidido nominar a Alves no como el mejor futbolista de 2011 sino como el mejor actor, aunque el premio haya sido finalmente para el insuperable Bryan Carrasco, que agarró el brazo de un rival pàra autoagredirse. La crónica de John Leicester acerca de lo que allí sucedió no deja lugar a dudas, como por otro lado no podía ser menos, y habla de una repetición "post mortem", casi frame a frame, que exculpa al demoníaco Pepe y responsabiliza de lo sucedido al sufrido y angelical Alves. El Oscar del fútbol estaba, pues, tan cantado como el del cine (que si hay justicia en el mundo debería ser para Jean Dujardin) y se lo han concedido a Carrasco, pero, aunque en este momento procesal ya dé lo mismo ocho que ochenta, queda claro que el artista de aquella semifinal fue Daniel Alves, mentiroso, fingidor y, en definitiva, extraordinario actor.