La pregunta del entrenador del Eibar, José Luis Mendilibar, no tiene respuesta. Y, si la tiene, es una respuesta incómoda. A la pregunta de Mendilibar sobre por qué puede haber gente en las terrazas y sin embargo no puede entrar un tercio del aforo en un estadio a mí sólo se me ocurre una respuesta: precipitación. El 1 de mayo, hace de esto sólo un mes y ocho días, la presidenta del Consejo Superior de Deportes, Irene Lozano, aseguraba que no habría público en los estadios hasta que no hubiera una vacuna efectiva contra el coronavirus, así que se daba por sentado que, siendo muy optimistas y en el mejor de los escenarios, que hoy sería el planteado por la Universidad de Oxford y que apunta a la distribución a partir de octubre de una vacuna contra el Covid 19, la Liga, la Champions y la Europa League actuales se cerrarían con los estadios desiertos, la nueva temporada arrancaría en idéntica situación y hasta los meses de noviembre o diciembre, y con todo el mundo ya vacunado, el público podría regresar a los campos. Lozano se precipitó porque, y salvo que se imponga a través de un decreto ley, ninguna comunidad autónoma española estará en Estado de alarma desde el 21 de junio y, a partir de ese momento, la movilidad será total.
Lozano decía el 1 de mayo que no habría público hasta que se encontrara una vacuna pero el 27 del mismo mes abría la puerta al fútbol con público en las gradas para el mes de septiembre, a la vuelta de la esquina. Tan sólo cinco días antes, o sea el 22, afirmaba que jugar sin público iba a ser inevitable durante bastantes meses y hace cinco días, o sea el 4 de junio, decía que era imposible que hubiera público en unos estadios y en otros no: ¿Por qué si el criterio imperante es el sanitario? Y si, como dice Mendilibar, las autoridades sanitarias han decidido reabrir las terrazas o los centros comerciales observando unos criterios básicos elementales, ¿a santo de qué la Unión Deportiva Las Palmas no puede meter a un tercio de sus aficionados en el campo? ¿Qué cambió entre el 1 de mayo, cuando Lozano decía que no habría público en los campos hasta encontrar una vacuna efectiva contra el coronavirus, y el 4 de junio? Esa me la sé: el 1 de mayo los muertos se contaban por cientos y hoy, y siempre según los datos oficiales del Ministerio de Sanidad, no ha habido ninguno. Pero el virus sigue ahí y sigue también sin existir una vacuna, ¿entonces?
Si desde el 21 de junio, y si todo marcha sanitariamente bien, España habrá abandonado el Estado de Alarma, ¿cómo va a poder el Consejo Superior de Deportes limitar los movimientos de aficionados que quieran ir a animar a su equipo al campo? Porque eso es lo que ha dicho hoy el ministro, que será la señora Irene Lozano quien decida, pero no ya por una cuestión sanitaria (porque Irene Lozano es periodista y no epidemióloga) sino por una cuestión de equidad deportiva. ¿Equidad? Que eso se lo diga la presidenta del Consejo Superior de Deportes a todos los presidentes de clubes que tienen que devolver una parte de los abonos a sus socios y cuyo presupuesto para la temporada que viene va a quedar por ello clarísimamente comprometido. A ver si lo he entendido bien: ¿Van a poder venir a Baleares 10.900 turistas alemanes antes de que acabe junio pero no van a poder entrar al campo aficionados de equipos cuyas comunidades se encuentren hoy, ahora, en la Fase 3? ¿Qué pasa, que los alemanes no se van a abrazar y los españoles sí?
Lo que ahora se plantea el gobierno es el regreso de la afición a los estadios, sin vacuna y con el virus por ahí circulando, desde el 29 de junio y cuando ya estemos todos desfasados. Y, en ese nuevo escenario que yo no me atrevería a asegurar que vaya a ser el definitivo, el más perjudicado sería el Real Madrid. Al Madrid, como al resto, se le aseguró en su día que no habría aficionados en el campo hasta que se encontrara una vacuna, como muy pronto para noviembre o diciembre de este año, y el Real se fió y, aprovechando que tiene que avanzar las obras en el Bernabéu, decidió que jugaría el resto de la Liga en el campo Alfredo di Stéfano de Valdebebas. Si ahora, una vez más, el gobierno vuelve a cambiar de caballo a mitad del río, el equipo blanco se encontrará con que a él le animan, como mucho, 1.800 aficionados en casa mientras que al Barcelona lo arropan 29.000, al Atlético de Madrid 20.000 y al Español, por ejemplo, 12.000. Porque, claro, a finales de junio ninguno de esos aficionados se abrazarán después de un gol de su equipo y no como ahora, que todo el mundo se abrazaría al vecino de al lado como un poseso.
Por cierto, equidad. Es un término que se ha empleado mucho para explicar por qué aquellos equipos de comunidades en la fase 3 deben esperar a los que están aún rezagados en la fase 2. La equidad es una cualidad que consiste en no favorecer en el trato a una persona perjudicando a otra. Y aquí voy a hacer mía una bandera que agarró desde el primer día Dieter Brandau. ¿No es extraño que siendo el de Sánchez un gobierno tan feminista, habiendo creado ni más ni menos que un Ministerio de Igualdad y siendo mujer la cabeza visible del deporte español nadie haya dicho ni mu acerca de la suspensión por parte de la federación de las tres competiciones femeninas de fútbol? Fue, en concreto, el 6 de mayo. Ellos vuelven dentro de 48 horas, ellas no pueden. ¿Por qué? ¿Somos iguales o no somos iguales? ¿O unos seguimos siendo más iguales que otros? El 6 de mayo, ¿eh? Un mes y tres días después, ni una palabra al respecto. Nada. Cero. Curioso, ¿no, ministras Calvo Poyato, Calviño Santamaría, Ribera Rodríguez, Aránzazu González, Robles Fernández, Montero Cuadrado, Celaá Diéguez, Díaz Pérez, Maroto Illera y Darias San Sebastián? Curioso, ¿no, ministra Montero Gil? Son ustedes curiosamente once, como en un equipo de fútbol, y ni una ha abierto la boca, ni una. Qué curioso, ¿Verdad, Irene? ¿Verdad, tía?