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El penúltimo raulista vivo

Tenis a l'ast

En el último Masters Series de Toronto el francés Richard Gasquet, un buen tenista sin lugar a dudas, clasificado entre los quince primeros de la ATP, ganó el primer set del partido que le enfrentaba a Rafa Nadal por un apretadísimo 7-6, 14-12 en el tie break; lo que sucedió a continuación refleja bien a las claras el tipo de jugador que es el español, un auténtico killer. En una hora de reloj, dieciocho minutos menos de los que había durado todo el primer set, Rafa asó al galo por 6-2 y 6-1. La imagen de Gasquet, absolutamente asfixiado y con la cara desencajada por el esfuerzo que le había exigido Nadal en el primer set para estar a su misma altura, era digno de contemplarse: se limitaba a devolver una bola, dos a los sumo, pero la tercera la seguía con la vista, entre ensimismado y ausente, como si no fuera con él aquella fiesta y, de reojo, miraba hacia la puerta de salida quién sabe si soñando con la reparadora ducha. Ya hemos visto antes esa cara en otros sitios, y no precisamente reflejada en jugadores del montón sino entre los mejores del mundo.

El tenis que practica Nadal consiste justamente en ir asando poco a poco a sus rivales de un modo muy similar al empleado por esas máquinas de pollos a l'ast, tostándoles a fuego muy lento primero y dándoles después con parsimonia la vuelta una vez, y otra, y otra más para, al final, acabar extrayéndoles todo su jugo. La cara de Gasquet al final del partido de Toronto, cocinado y listo para salir en camilla hacia la ducha, ya se la hemos visto antes a Federer, que entró llorando en los vestuarios después de perder la final de Wimbledon, o a Djokovic, que salió también con lágrimas en los ojos tras caer en semifinales de los Juegos de Pekín. Y es que, pensándolo bien, jugar contra Nadal debe ser como hacerlo contra una enorme cebolla zurda de Manacor que te devuelve todas y cada una de las pelotas que le envías aún en las situaciones más adversas para él. Si no te asa te deprime. Eso hizo con el chileno González.

De todos es conocido el curioso criterio empleado por los no menos curiosos componentes del jurado que entrega anualmente los premios Príncipe de Asturias en su modalidad deportiva, pero si Rafael Nadal, ganador de Roland Garros, Wimbledon y la medalla de oro olímpica en un mismo año, nuevo número uno de la ATP por delante del todopoderoso y hasta ahora infranqueable suizo Federer y líder indiscutible de una generación única de deportistas que pasean con orgullo el nombre de España por todo el mundo, poseedor además de un carácter afable y sencillo que le acerca aún más si cabe a sus miles de aficionados, no consiguiera este galardón la próxima vez que se entregue habría que ir pensándose seriamente en asarles a ellos tal y como él hace con sus rivales sobre la pista.

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