Los franceses, tan cursis ellos, lo conocen como déjà vu. Tony Scott, que es todo lo contrario de un cursi cuando se pone a dirigir, bautizó así su última película, una en la que Denzel Washington viajaba hacia atrás en el tiempo para cambiar el pasado. Pero el pasado, salvo en el cine, no se puede cambiar, de ahí que ayer, al seguir atentamente las incidencias de la penúltima jornada de la Liga, tuviera una sensación muy similar al famoso déjà vu francés. Aquella era indudablemente una situación nueva, pero no tenía ninguna duda de que ya la había vivido antes. Sólo tenía que sustituir a Dertycia por Milito y a Celino Gracia Redondo por Julián Rodríguez Santiago y el resultado, quince años después, sería exactamente el mismo. El Real Madrid, con todo a su favor, perdía otra vez una Liga en el sprint final del campeonato, ese que antes solía dársele tan bien.
En el 93 Gracia Redondo, más malo que la carne del pescuezo, colaboró con su toque de crueldad que consistió en tragarse dos penaltis clarísimos a favor del Madrid, mientras que en 2007 era el lamentable Rodríguez Santiago quien ponía la guinda concediéndole un gol a Leo Messi obtenido clarísimamente con la mano. Déjà vu. Crueldad por crueldad, la del abogado vallisoletano me parecía incluso más refinada que la de Gracia puesto que su error, claramente perjudicial para los intereses madridistas, se producía en un estadio y un encuentro distintos al suyo. Pero quiso el destino que se llegara a un final de Liga tan apretado como éste y que todos los partidos estuvieran interconectados entre sí. El error de patio de colegio cometido por Rodríguez Santiago en el Camp Nou producía un efecto dominó con consecuencias en otros dos estadios. Los trescientos seis millones de euros presupuestados esta temporada por el Real Madrid, en manos de un colegiado para cuyos arbitrajes no consigo encontrar una definición exacta en el diccionario de la lengua española.
Pero entonces surgió la figura de Tamudo. Puesto que Capello había sentado a Raúl en el descanso del partido de La Romareda, tuvo que ser otro Raúl, el Raúl periquito, quien hiciera trizas el déjà vu de la Liga. En un minuto cambió todo y fueron entonces los culés quienes empezaron a experimentar en sus propias carnes esa sensación de ensañamiento a la que me refería antes. Aquellas dos Ligas perdidas por el Real Madrid en el último minuto y que hoy se encuentran en las vitrinas del Camp Nou tuvieron, por cierto, un toque final, el toque Nuñez. Quiso premiar el presidente del Barça a Javier Pérez, por aquel entonces presidente del Tenerife, su fidelidad entregándole la insignia de oro y brillantes del club catalán. Supongo que, si esto acaba bien para el Madrid, Ramón Calderón hará lo propio con Daniel Sánchez Lliubre. La venganza habrá sido sencillamente perfecta y los periquitos, constantemente ninguneados por el grande en la ciudad condal, podrán presumir de haberle quitado una Liga al Barça en el momento más inoportuno para ellos. Vaticino que esa herida sangrará por los siglos de los siglos, ya lo verán.
Posdata: El gesto de Ramón Calderón, saltando al césped para celebrar un título que aún no se ha conseguido, me parece una absoluta falta de respeto hacia todos. Da por hecho don Ramón que el Mallorca no existe, y hace mal en dar nada por hecho. De ahí que sus jugadores, especialmente Casillas, le hayan pedido moderación. Desde aquí aconsejaría humildemente al Real Madrid que atara y amordazara a su presidente durante los próximos siete días. Estaba pensando, por ejemplo, en una vestimenta similar a la que le ponían a Hannibal Lecter. Lo que arreglaron los jugadores, claramente divorciados de la directiva y del entrenador, sólo lo puede estropear un hombre en el mundo, y ése es Ramón Calderón. Atenle corto o el club sufrirá. El Real Madrid tiene dentro a su mayor enemigo.