Es complicado contener la emoción con cada victoria de Rafa Nadal. Y eso es así entre otras cosas por la forma que tiene de interpretar uno de los juegos más bellos que existen, sí, pero también por los valores de esfuerzo, seriedad, competitividad y honradez que transmite con todos sus triunfos. Rafa lleva desde los 17 años clasificado entre los cien mejores tenistas de la ATP y jamás en su vida ha protagonizado un desplante o ha sacado los pies del tiesto. Pese a que le buscan (por ejemplo cuando un tipo muy desagradable se coló en la sala de prensa para provocarle con los valores y el madridismo) nunca le encuentran y siempre sabe salir con una sonrisa de cualquier envite. De Milos Raonic, que en mi opinión está llamado a sucederle, sí podrá decirse que cuando empezó a jugar al tenis tenía un carácter de mil demonios y que tuvo que ser un español, Galo Blanco, quien obrara el milagro. Pero Nadal ha sido siempre Nadal desde el primer día, desde que ganó su primer título en Baleares con 9 años.
Es difícil contener las lágrimas con los éxitos de Rafa Nadal y es muy sencillo adoptar sus éxitos como propios porque, en unos momentos tan complicados para la nación española, su simple presencia sobre la pista y hasta el testimonio aparentemente más intrascendente (y estoy pensando, por ejemplo, en un anuncio de coches o de seguros, da igual) hace patria. Ha sido una suerte tremenda que Nadal, que es indiscutiblemente nuestro mejor deportista de toda la historia, no nos haya salido rana independentista. A nuestra España la zarandea últimamente cualquier pintamonas. El último ejemplo fue el de la intrascendente Ona Carbonell, la capitana (¡manda huevos!, que diría Federico Trillo) de la selección española de natación sincronizada, pero vendrán más en el futuro. Quien quiera a España, y afortunadamente alguno queda aún, tiene que sentirse a la fuerza emocionado y agradecido con cada uno de los títulos de Nadal porque Rafa no titubea, no carraspea ni esquiva la pregunta o juega al despiste sino que mira, emocionado, al cielo cuando suena nuestro himno nacional.
Conozco gente a la que no le gusta el tenis pero sin embargo es rafaleista. Existe cierto paralelismo entre ese sentimiento hacia el tenista y el provocado en su día por el pimer Rey Juan Carlos entre muchos republicanos: no creían en la institución pero sin embargo sí se sentían vinculados emocionalmente a la persona. Por eso me pareció tan brillante el titular de la crónica que José Manuel Puertas firmó ayer en Libertad Digital sobre el noveno Roland Garros de nuestro gran campeón: "El rey de la tierra no abdica". Rafa Nadal es un tenista insuperable que, además de todo lo anteriormente expuesto, exporta al mundo mejor que nadie eso tan hortera que dio en denominarse la "marca España". De ahí que me llame tanto la atención el silencio stampa de Miquell Cardenall i Carro, más aún si tenemos en cuenta lo rápido que tiene el presidente del Consejo Superior de Deportes el gatillo literario cuando de masajear al Fútbol Club Barcelona se trata. Mejor nos iría a todos si fuera Nadal´la cabeza visible del deporte español a nivel internacional y no el irrelevante (casi tanto como Ona Carbonell) Cardenall i Carro. Aunque, bien pensado, ya lo es, ¿no?...