Siempre sentí especial simpatía por los gemelos Van der Kerkhof, Willy y René. Recuerdo que al más pequeño, René, le relacionaron un par de veranos con el Real Madrid pero al final la cosa quedó en nada. Pero es que estos dos hermanos tenían un mérito increíble: fueron convocados por Rinus Michels para el Mundial del 74 y compartieron vestuario con Cruyff, Neeskens, Krol, Haan, Rensenbrink y Jansen; Willy, que era un medio defensivo, no participó ni un minuto, pero a René, que tenía más calidad que su mellizo, le tocó sustituir a Rensenbrink al inicio de la segunda parte de aquella finalísima del Olímpico de Munich. No es verdad, como se va diciendo ahora por ahí, que Holanda fuera mejor; Alemania contaba en sus filas con Maier, Vogts, Beckenbauer, Breitner, Overath, Müller, Hoeness o Bonhoff, un auténtico equipazo, pero la Oranje llegó a aquel partido absolutamente desinhibida mientras que los alemanes se jugaban la vida. Aquella forma tan "ligera" de interpretar el juego, aquel baile permanente de posiciones como si el trompetista fuera capaz de tocar el bajo, el batería la trompeta y el bajo la batería sin que se notara la diferencia, pasó a la historia como la "naranja mecánica". A Anthony Burgess, que odiaba el fútbol, no le sentó demasiado bien que su novela fuera mundialmente reconocida por los regates de Cruyff y los pases de Krol, pero así es la vida, qué se le va a hacer. A mí tampoco me gustó la película de Stanley Kubrick y aquí sigo.
Pero volvamos de nuevo a mis admirados Willy y René. Cuatro años más tarde, los gemelos volvieron a ser llamados por el seleccionador holandés, que por aquel entonces ya no era Michels sino el austríaco Ernest Happel. Cruyff ya no estuvo en Argentina, pero Holanda volvió a plantarse en otra final y de nuevo contra la selección anfitriona que, como en el caso de Alemania, volvía a jugarse la vida. Los Van der Kerkhof sí fueron muy importantes en aquel Mundial, compartiendo otra vez el vestuario con los gigantes del año 74, pero en aquella ocasión desde la indiscutida titularidad. Había pasado mucho tiempo, al menos sí para el reloj del fútbol, desde lo de Munich, y el juego holandés ya no pilló a nadie por sorpresa, de forma que César Luis Menotti trató de tapar aquel manantial del que no cesaba de manar todo el rato buen fútbol tirando del orgullo nacional y de ese sentimiento trágico de la vida y de este juego en concreto que siempre han tenido por aquellos lares; algo parecido ha intentado repetir ahora Diego Armando Maradona con la suerte desigual que todos conocemos. Finalmente los "paracaidistas" se impusieron a los "poetas", dicho esto sin querer faltar en absoluto al respeto a jugadores tan inteligentes y habilidosos como Ardiles, sin duda uno de mis ídolos, o tan contundentes como el "matador" Kempes.
El equipo de Van Marwijk experimentará mañana una nueva sensación en la final de un Mundial de fútbol puesto que se va a medir contra un equipo que representa mejor que nadie los valores encarnados por el Brasil del 70 o la Holanda del 74 y del 78. Cruyff, el auténtico líder de aquel equipazo que a puntito estuvo de amargarle la noche al "kaiser", acaba de reconocer que la selección española es la gran favorita y que todo el mundo en Holanda ansiaba encontrarse con Alemania en la final. Todo está a nuestro favor, incluso el pulpo Paul, y por eso hemos de ir con más pies de plomo si cabe. España ha ido de menos a más y ha vuelto a ver claro que todo ha de girar alrededor del balón. Pero yo ya no me conformo con el reconocimiento internacional y el halago periodístico; el reconocimiento y el halago debilitan y lo que yo quiero ver mañana es un equipo fuerte y con el necesario instinto asesino como para acertar en el blanco con la primera bala del tambor. Sneijder y Robben juegan muy bien pero no son Neeskens y Cruyff, ni tampoco Gullit y Van Basten. Seamos un equipo desinhibido, sí, feliz, también, alegre, por supuesto, pero sobre todo ganador. Demostremos a todos que jugando mejor que el resto de selecciones participantes y aparcando la especulación también se puede (y se debe) ganar un Mundial. Hagámoslo.