Iba a decir que me sobresaltó oír el otro día al futbolista del Athletic Roberto Martínez, alias "Tiko", hablando de la selección nacional de Euskal Herria, pero mentiría si dijera eso. A mí, después de oír a Carod Rovira pidiendo el boicot para la candidatura olímpica madrileña, ya no me sobresalta casi nada. Desde hace tiempo tengo muy claro que dormimos con nuestro enemigo. No me preocupan tanto las patochadas de Carod o la abrumadora ignorancia histórica exhibida este viernes, sin el menor rubor, por treinta y cinco futbolistas vascos, como el hecho de que todos sepamos bien a qué jugamos; no vaya a ser que, en medio de una partida de póker, Lissavetzky eche un órdago a la grande o cante veinte en oros.
En cuanto a la declaración leída por Tiko a propósito de la nación vasca, cabría aquí traer a colación aquella vieja anécdota de Napoleón Bonaparte que, si no me falla la memoria, ya he contado alguna que otra vez. Dicen que, poco antes de que el Emperador entrara en un pueblo de Zaragoza, se adelantó uno de sus generales con la única misión de exigirle al alcalde que, justo en el preciso instante en que el séquito cruzara por el pueblo, tocaran a fiesta las campanas de la iglesia. Llegada la ocasión, sin embargo, Napoleón fue recibido con un silencio sepulcral, por lo que el general, notablemente enfurecido, llamó a capítulo al alcalde y le exigió una explicación: "Podría darle a usted cien razones por las cuales no íbamos a tocar nunca las campanas", dijo el alcalde, "pero sólo le daré una, y es que nuestra iglesia, desgraciadamente, no tiene campanario. Sobran, por lo tanto, las otras noventa y nueve". Podrían dársele a Tiko cien razones por las cuales la selección de fútbol del País Vasco no contará nunca con el reconocimiento internacional, aunque la esencial es que el País Vasco no es una nación. Sobran, pues, las otras noventa y nueve.