Anoche volvió a producirse la misma escena: una pancarta en el Camp Nou proclamaba a los cuatro vientos internacionales que la autodeterminación no es un crimen sino un derecho. Lo relevante del partido de ayer, que acabó en tablas y lo deja todo pendiente del encuentro de vuelta, no fue la confirmación de la recuperación del Real Madrid, tampoco la baja forma de Marcelo o la suplencia inicial de Messi, que cuando salió al campo no aportó nada especial, ni el partidazo de Lucas o de Keylor, ni el de Semedo o Malcom; lo trascendente del partido de ayer, y también para un periodista deportivo, fue que otra vez, de nuevo, con la complicidad del Fútbol Club Barcelona y el foco interesado de la televisión, un partido de fútbol sirvió para reivindicar un referéndum ilegal, un golpe de Estado y la libertad de unos presos que si están en prisión es única y exclusivamente por haberse saltado la ley.
Y digo que para mí, que soy periodista deportivo desde hace 30 años, esto es lo relevante del encuentro de ayer porque, por encima de periodista deportivo, soy ciudadano y español, y no creo que el periodismo deportivo le haga ningún bien a España, que vive unos momentos agitados y complejos, mirando hacia otro lado bajo la excusa barata y poco creíble de que a nosotros sólo nos importa el balón. El maestro Luis Herrero dice que mi problema es que me gusta demasiado la política, pero no es verdad: me gusta el fútbol... y me preocupa España. Me preocupa España y me inquieta que los enemigos de España se salgan con la suya mientras los demás no hacemos ni decimos nada. Y esto hay que decirlo: ayer, otra vez, se ofreció adrede cobertura interesada a una reivindicación golpista; se hizo eso porque se consiente y se consiente porque, al parecer, no deberíamos mezclar política y deporte... a posteriori, porque en el transcurso del partido bien que se hace. Hay mil formas televisivas de capar una imagen ofensiva, mil; mil planos que se pueden trazar para esquivar un mensaje que, como el de ayer, ataca la credibilidad de España en el extranjero. Si no se hace es simplemente porque no se quiere. Punto.
Me hace mucha gracia cuando se me echa en cara que al Barça no le sienta como a un equipo español. Pero es al revés, ¿cómo sentir como español a un club que consiente, cuando no encabeza directamente o alienta, mensajes tan perturbadores como el que se volvió a presenciar ayer? Cuando en la Champions se enfrenten Lyon y Barcelona, ¿a santo de qué debo yo apoyar al equipo azulgrana? Cuando salten al campo se me vendrá a la cabeza la pancarta de ayer, los pitos al himno nacional de anteayer, los insultos al Rey de hace una semana, la firma por parte de la actual junta directiva culé de un documento que asume como propias las reivindicaciones de plataformas golpistas. A quien me dice que atacar injuriosamente a España es libertad de expresión le digo que esto que hago yo ahora mismo también lo es. Y en uso de mi libertad de expresión puedo decir que no sólo no siento como propio a un club deportivo que consiente ataques a España sino que lo siento como un rival, un adversario. Dormimos con nuestro enemigo y, a lo mejor, un día nos despertamos como el marido de Lorena Bobbit.
En España, queridos Fútbol Club Barcelona y productora de televisión, se respeta la ley. Según el último índice de democracia, que determina el rango de la calidad de la misma en 167 países, la nuestra se encuentra entre las 19 democracias plenas. España aparece en dicha clasificación junto a Noruega, Islandia, Suecia, Canadá, Australia, Reino Unido... Ahí no aparecen, por ejemplo, Estados Unidos o Francia, pero España sí. Según todos los estandares de democracia, España aparece siempre clasificada entre los países con una libertad de mayor calidad. Con Francisco Franco, que era un dictador, España no habría aparecido ahí clasificada, y es curioso porque al dictador lo condecoró (y en reiteradas ocasiones además) Montal, le hizo la ola el Barça, y probablemente con motivo porque salvó al club catalán de la quiebra, pero ahora ataca a una democracia sana y afortunadamente consolidada. El Barça no es más que un club sino menos porque, al consentir la ofensa, se convierte en un remedo, una mala copia, de aquellas organizaciones que, al menos, tienen la decencia de organizarse con esa finalidad, la de atacar de frente a España como nación.
Me inquieta que esto no importe, aunque como oía decir ayer a Dieter Brandau... algo está pasando en España, algo se está moviendo. Lo que está pasando es que cada vez hay más gente que ha decidido poner pie en pared y decir "¡basta!", y lo que curiosamente han logrado remover nuestros enemigos es una conciencia nacional que estaba dormida, aletargada, en estado de hipnosis permanente, una conciencia nacional de la que siempre hemos carecido históricamente. Probablemente sea cierto que el fútbol es lo más importante de los menos importante, pero lo más importante de lo menos importante no puede ser utilizado permanentemente para atacar lo relevante. Liga y Federación podrán permitirse el lujo de mirar hacia otro lado, pero nosotros no, aquí al menos no, aquí de frente, siempre en línea recta, las curvas se las dejamos a otros. Pero, ¿sentir al Barça como español?... Se me hace bola.