Querido Señor Roland Garros: Nada desearía más que al recibir la presente vuestra señoría hubiera descansado lo suficiente, a poder ser como un auténtico campeón, que es sin duda lo que es, tras esa tormenta de golpes y aullidos, drives y reveses, dejadas y ángulos imposibles, que tuvo a bien propinarle al señor Novak Djokovic, el último grandísimo jugador de tenis que osó toserle a usía a orillas de la Philippe Chatrier e hizo turismo y puso dientes inmediatamente después mientras usted se dedicaba a morder con los suyos su séptima copa. Siete ya, ¡cómo pasa el tiempo!... Recuerdo como si fuera ayer aquella tarde de verano en la que me ofrecieron una entrevista con un apache manacorí de quince años, sobrino para más señas del tremendo jugador de fútbol que fue en su día el gran Miguel Angel Nadal, que empezaba a despuntar y que quería hacer algo grande en el torneo de El Espinar.
Hoy resulta inacabable por abrumadora y densa la lectura de su curriculum vitae deportivo, no siendo en absoluto el menor de sus éxitos el de haber conquistado el corazón de una nación muy necesitada de cariño y de respeto, enamorándonos a todos con su deportividad, elegancia, saber estar y permanente afán de superación. No sé si usted lo sabe, puede que sí, puede que no, pero si no se lo digo yo: es un ejemplo para todos nosotros. El motivo de esta carta no es otro que contarle el último rumor que circula por la isla de Reunión, una coqueta colonia francesa donde, allá por el lejano 1888, nació el aviador, inventor, jugador aficionado al tenis y héroe nacional galo que tres años más tarde daría precisamente nombre al torneo al que usted parece haber cogido cierto gustillo, incluso más que el mismísimo Björn Borg que llegó a pasearse por París como si aquello fuera una sucursal de Södertälje y la Torre Eiffel un recuerdo que llevarse en el avión camino de Estocolmo.
Cuentan los vecinos del barrio de Le Barachois, el más chic de la isla, que la estatua del piloto que antes miraba al frente con orgullo y apoyaba una de sus manos en la hélice de su avión amaneció este martes vestida de blanco impoluto, empuñando una vieja raqueta de madera y en actitud propia de quien espera el servicio de su rival, concentrado, piernas flexionadas, ojos clavados en el infinito, pose deportivo-marcial. Y es que los viejos del lugar, aquellos que conocieron a los bisnietos del homenajeado, dicen que el otro señor Roland Garros, el que hace tanto tiempo dio nombre al torneo que hoy ha pasado a ser de su propiedad, se gastaba unas malas pulgas increíbles y solía decir que uno debía hacer las cosas por sí mismo si quería que salieran bien. De forma que sepa usía que allí espera su saque un tenista que fue piloto o un aviador al que le gustaba el tenis. Será la primera y última vez que vuestra señoría se enfrente a un rival de bronce. En Reunión se cruzan las apuestas y, pese al chovinismo, la mayoría apuesta a que la estatua acabaría fundida si usted aceptase el reto; no hay problema: balas de la mejor aleación de cobre y estaño para los cañones que defienden la isla.