Javier Mascherano se quejaba amargamente el otro día de que la generación de futbolistas a la que él pertenece fuera acusada permanentemente en Argentina de hacer y deshacer a su antojo. Lo hacía, curiosamente, después de que la televisión hubiera captado una imagen harto elocuente: Sampaoli, libreta en mano, atendiendo en silencio a las explicaciones del jugador del Hebei Fortune de la Superliga china, que parecía corregir algunas de las iniciativas tácticas del seleccionador nacional. Seguro que ese cliché, ese sambenito, tiene también algo que ver con el hecho de que en esta selección en concreto juegue probablemente el mejor futbolista argentino de todos los tiempos, excepción hecha de don Alfredo di Stéfano y de Diego Armando Maradona. Como en el Barça, aquí también gira todo alrededor de Leo Messi, el Rey Sol de la albiceleste.
La presencia del propio Mascherano es motivo de profundo debate futbolístico en Argentina y, sacando el poderoso influjo de Messi de la ecuación, nadie logra adivinar el motivo por el cual el Jefecito sigue siendo titular y no lo es, por ejemplo, Paulo Dybala. Si Mascherano juega, dicen, es porque gravita alrededor del Sol, o sea de Messi, que es en realidad quien le coloca en el terreno de juego. Sampaoli ha perdido como seleccionador nacional argentino todo el crédito que ganó con Chile o con el Sevilla, aunque de allí se fuera sin avisar y por la puerta de atrás, y ahora aparece como un entrenador puenteado, zarandeado por sus futbolistas, ninguneado por su máxima estrella. No en vano, en el encuentro decisivo ante Nigeria que acabó con el golazo de Rojo que dio la agónica clasificación a Argentina, de nuevo la televisón, esa vieja del visillo que todo lo chiva, pilló in fraganti a Sampaoli pidiéndole permiso a La Pulga para meter en el campo al Kun. Permiso concedido, todo sea dicho de paso.
Tengo para mí que si Simeone está alargando su ciclo en el Atlético de Madrid es, además de porque se encuentra muy identificado con el club colchonero y lo quiere de verdad, porque en su fuero interno sabe perfectamente que acabará dirigiendo a Argentina más pronto que tarde y porque seguir en el Metropolitano es el modo más práctico de que aparten de él el amargo caliz de tener que dirigir a un equipo tan maleado como el que lidera Messi, que es buenísimo, sí, pero que no es el tipo de soldado que requiere el Cholo. Ese watshapp que circula por ahí, el de la conversación entre Simeone y el Mono Burgos, va en esa línea: "Para un equipo normal, ¿tú a quién querrías, a Messi o a Cristiano?"... Porque, se mire por donde se mire, lo cierto es que esta Argentina no es un equipo normal sino el equipo de Messi. Me juego pajaritos contra corderos a que, en cuanto Leo cuelgue las botas, Simeone le dará a la AFA el "sí, quiero".