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El penúltimo raulista vivo

Se equivocó el halcón Cristiano, se equivocó

Además de un fantástico jugador de fútbol, sin lugar a dudas uno de los mejores del último cuarto de siglo y también un goleador sin igual, Cristiano Ronaldo es un extraordinario dominador de la escena, un actor fantásico. Si en lugar de Elijah Wood, que tiene cara de asustado todo el tiempo, la saga del Señor de los Anillos, de la que muchos ya conocen mi opinión, la hubiera interpretado Cristiano, ésta habría sido más digerible, menos pesada por las noches. Digo todo esto a propósito de una escena que dio varias veces la vuelta al mundo y que se produjo nada más acabar la final de la Champions de 2018, de la que hoy precisamente se cumplen dos años. El periodista le preguntaba a Cristiano por la dificultad del partido ante el Liverpool, después por si su chilena ante la Juventus fue más o menos bonita que la de Bale que valió La Decimotercera y, ya al final, le preguntaba a CR7 por el futuro proyecto madridista y si volvería a estar encabezado por él, y el máximo goleador histórico del Madrid respondía: "Ahora a disfrutar del momento y en los próximos días sí, en los próximos días daré una respuesta a los aficionados, que esos sí han estado siempre de mi lado y... fue muy bonito, fue muy bonito estar en el..." En ese momento, y justo antes de soltar la bomba, Cristiano se toma un respiro, bebe agua y acaba: "En el Real Madrid". Eso es lo que, con paradiña incluída, dijo Cristiano aquel día: "Fue muy bonito estar... en el Real Madrid".

De la inoportunidad del momento elegido por Cristiano para anunciar veladamente su adiós anticipado, como de la reclamación por parte de Bale de más minutos como titular, ya se ha dicho todo lo que se tenía que decir. Cristiano amargó La Decimotercera a la afición y le robó protagonismo al equipo, al club y al resto de compañeros. Lo hizo, como digo, de un modo muy teatral e irreprochable desde el punto de vista interpretativo: no hay deportista en el mundo que le caiga tan bien a la cámara como Cristiano. Pero, como en la fábula del escorpión y la rana, lo del portugués ha sido, es y será una cuestión de carácter. También es muy probable que precisamente su vanidad y ese indisimulado ego estén íntimamente conectados con su capacidad para pasar a la historia, los débiles de carácter no suelen hacerlo o les cuesta mucho más.

Como dice mi compeñaro de Radio Marca Raúl Varela, Cristiano dijo que había sido bonito jugar en el Madrid y Florentino Pérez le respondió que más bonito aún sería que trajera cien millones de euros. Y los trajo. Cuando, al parecer, el club se lo pensó mejor y sopesó la posibilidad de llegar hasta donde querían Cristiano y Mendes, el acuerdo con la Juve ya estaba cocinado y listo para emplatar. Dos años han pasado ya desde aquel día. El Real Madrid acababa de ampliar su colección de Copas de Europa, se acababa de convertir en el primer equipo de fútbol de la historia en conquistar tres Champions consecutivas después de haber sido el primero en la historia en lograr dos seguidas, pero el maestro de la escena, este Laurence Olivier de Funchal, reclamó para sí las luces de neón y ensombreció un poco aquella inmensa alegría para los madridistas. Un negro nubarrón en un día luminoso desde el punto de vista deportivo.

Hay algo más en lo que dijo Cristiano con lo que no estoy de acuerdo pero que pasó desapercibido, y es cuando dijo que él siempre había contado con el cariño de sus aficionados. No es cierto, no siempre. Nada más llegar, y como suele suceder a veces, un sector de la afición madridista compró a los mercachifles de la competencia la mercancía averiada de que la idiosincrasia de Cristiano, su carácter y su peligrosísimo entorno no encajaban con el Real Madrid. Servidor siempre tuvo claro que era justo todo lo contrario y que Cristiano triunfaría en el club porque era lo más parecido que había a uno de sus padres fundadores, Di Stéfano, o sea un innegociable e incansable espíritu ganador, un devorador de títulos. Su apostilla referida a la afición, el "esos siempre han estado de mi lado", no era más que una patadita a Florentino Pérez por debajo de la mesa. Olvidó Cristiano que estatutariamente hablando es imposible que el Real Madrid esté presidido por alguien que no sea socio, y con antigüedad acreditada, del club, y que, al menos hace algunos años, Florentino conservaba el número 10.228 de socio, no sé ahora. Un socio peculiar, por supuesto. El único socio del Real Madrid en realidad con la necesaria autoridad moral y ejecutiva para decirle mirándole a los ojos a un extraordinario futbolista, uno de los mejores que han lucido la camiseta merengue a lo largo de su ya centenaria historia, que no. Es probable que hubiera un instante, sólo uno, aunque fuera muy breve, en el que Cristiano Ronaldo se creyera en serio que él era más importante que el club deportivo más importante de la historia. De ser así, y como dice la canción, se equivocó la paloma. O, en este caso, se equivocó el halcón, se equivocó.

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