Hoy se ha conocido oficialmente (porque extraoficialmente se sabía desde hace algunos días y se intuía desde hace un par de meses) que Iker Casillas abandona su fantasmagórica idea de presentarle batalla al actual presidente de la Federación, Luis Rubiales. La pandemia, que lo ha retrasado todo menos las elecciones de la Federación, que esas no sólo no las retrasó el Consejo Superior de Deportes sino que las adelantó incluso, y la imposibilidad de que Casillas expusiera sus ideas, fueran estas cuales fueran, a propósito de por dónde quería el excapitán madridista que se encaminara en un futuro próximo el fútbol español, han acabado por convencer a Iker de que lo mejor es batirse en retirada. Digo que su idea era fantasmagórica porque, y que me perdone Casillas, su candidatura siempre me supo a artificial, un pegote: había que contrarrestar a Rubiales para contentar a Tebas y alguien pensó que lo mejor era que apareciera en el cartel un candidato inatacable y de prestigio.
Y comento que la candidatura de Iker muere antes de empezar y sin que conozcamos sus ideas porque así ha sido: no sabemos qué quería Casillas, qué pensaba hacer, por dónde tenía ideado transitar y con qué destino. Su candidatura nació desgastada, sin fuelle, nadie creyó realmente en ella y me da la impresión de que, cuando transcurra un tiempo prudencial, Iker llegará a la conclusión de que alguien le utilizó. De hecho, hoy mismo ya se habla de que Javier Tebas, que no ha guardado luto por Casillas, estaría manejando dos sustitutos que ya calientan animosos en la banda por si les piden salir: Amadeo Salvo, presidente de la Unión Deportiva Ibiza, y Óscar Mayo, director de desarollo internacional de negocio de la Liga. Uno y otro, Salvo y Mayo, son de la iglesia de la Tebasología y estarían dispuestos a arrojarse desde un quinto piso si así se lo ordenara el sumo sacerdote.
Pero, de todo lo que ha expuesto Casillas en su comunicado, lo del covid-19, la crisis económica o el poco tiempo para hablar con la gente del fútbol, lo que más me ha llamado la atención es el punto en el que hace referencia a que él quería, y abro comillas, "un proceso electoral justo, transparente y realmente participativo, buscando lo mejor para el fútbol español", algo por lo que, al menos en esta ocasión, no se ha apostado. ¿No es justo el proceso electoral? ¿No es transparente? ¿No es realmente participativo? Pues, según Iker Casillas, no lo es. Y digo que me llama mucho la atención porque la transparencia y la participación, además de la justicia en el proceso electoral, fueron los tres caballos de batalla del candidato Rubiales, quien, para auparse a la presidencia derrocando a Villar, tuvo que luchar a brazo partido contra el Consejo Superior de Deportes, que ahora tiene de su lado, el aparato federativo, que ahora come de su mano, y la Liga de Fútbol Profesional, que parece un actor secundario en toda esta comedia. ¿Qué ha pasado desde mayo de 2018 hasta ahora para que hoy Rubiales sea Villar y, aunque sin su fuerza, su empuje, su conocimiento y su capacidad de trabajo, Casillas trate de ser Luis Rubiales?
El día de la presentación de su candidatura, el 19 de diciembre de 2017, Luis Rubiales decía que la Federación se tenía que abrir a la sociedad y que había que ordenar y dar una estructura ordenada en todas las territoriales, pero más de dos años y medio después uno tiene la impresión de que la sociedad no entiende las prisas que le entraron a Rubiales a la hora de pedir el adelanto electoral salvo que sea con el único objetivo de impedirle al otro candidato que tenga el tiempo suficiente para prepararse; dos años y medio después uno tiene la sensación de que la forma que ha tenido Luis Rubiales de ordenar las federaciones territoriales ha sido la de colocar a los suyos para quitar a los del otro, o sea más de lo mismo, más de Villar; dos años y medio después, y como dicen los Necróferos en Las crónicas de Riddick, la peli de Vin Diesel, uno tiene la impresión de que en la Federación se es propietario de lo que se mata, o en este caso de lo que se destituye, y que pronto oiremos a Luis Rubiales empleando idéntico argot al que utilizara Ángel Villar y hablando del mundo del fútbol y blablabla...
Aquí suelo citar el gatopardismo, que en Ciencias Políticas consiste en cambiar todo para que nada cambie. La cita original, puesta por Giuseppe Tomasi di Lampedusa en boca de Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, expresa la siguiente contradicción aparente: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie", "Se vogliamo che tutto rimanga è, bisogna che tutto cambi". Todo cambió en 2018 para que absolutamente todo siguiera igual en 2020. Hoy Rubiales es Villar y Casillas ha sido un Rubiales descafeinado. Ángel María Rubiales controla el aparato e Iker no ha controlado nunca nada, creo que ni siquiera controló su decisión de presentarse que estuvo en manos de otros. Que cambie todo para que todo siga igual. Cínico, ¿verdad?