Decíamos ayer... En las batallas mandaban por delante al del tambor. En el vestuario del Real Madrid, el tamborilero en cuestión no es otro que José Antonio Reyes, cedido por el Arsenal y en una situación de interinidad bastante similar a la de su entrenador. Reyes ha dicho en Radio Marca que los jugadores están desorientados, que no sabe qué tiene que hacer para jugar, que un día lo hace a la izquierda y otro lo hace a la derecha y que lo mismo que le pasa a él les ocurre también a Robinho, Raúl o Guti, por poner sólo algunos ejemplos que le vienen a la memoria. Y el tamborilero andaluz añade: "Me da libertad pero quiere que defienda y entonces no tienes muchas oportunidades. Estamos muy encerrados atrás y cuando te llega el balón no hay soluciones, sólo está Rudd con cuatro defensas y es imposible que se la demos". Sorprendente, ¿verdad?
Juro por mi conciencia y honor que sólo conozco a Reyes de haberle entrevistado tres o cuatro veces, nada más. Lo digo para que nadie piense que el sevillano es mi garganta profunda del vestuario del Real. Preguntado sobre por qué el equipo se echa para atrás, sin ir más lejos ante el Bayern de Munich, uno que lo está viviendo desde dentro dice: "Nos echamos para atrás porque le gusta al míster y quiere mantener la portería a cero, pero también hay que meter goles porque empatar no nos vale". El tamborilero, consciente de que aquí le quedan dos telediarios y harto de la situación, está dispuesto a cantar La Traviata. Y la verdad es que el chico canta mejor de lo que juega al fútbol. Por otro lado tengo que decir que a mí personalmente no me hacía ninguna falta este ataque repentino de locuacidad. No es necesario haber leído Estudio en escarlata para darse cuenta de que Capello lleva echando atrás a todos y cada uno de sus equipos desde hace quince años. Y el Real Madrid, a pesar de su tradición de fútbol de ataque, no iba a ser una excepción para el italiano.
También parece que el virus Eto'o se está extendiendo peligrosamente por la piel de toro futbolística. Emerson se negó a salir el otro día al campo. Debió pensar que, para seis minutos que quedaban, era preferible que los jugara la