Seis meses después, el Real Madrid sigue sin tener un patrón claro de juego, un sistema que le dé para ganar sus partidos con cierta solvencia. Es un hecho que las lesiones han asolado al primer equipo y que, mal que bien, Benítez ha ido sacando adelante los partidos con sufrimiento, pero en diciembre, alcanzado el ecuador de la competición, la imagen que nos traslada una de las mejores plantillas del mundo, por no decir que la mejor, es el de una inestabilidad estable, un desequilibrio equilibrado. Es curioso que el entrenador que más ha insistido en ese concepto, el de conformar un bloque que se muestre estable sobre el terreno de juego, haya conseguido transmitirnos a todos la sensación contraria: nunca se sabe qué Real Madrid nos encontraremos, si el estable que anhela el entrenador y que ha asomado la patita muy de vez en cuando, o el inestable que se rompe como el cristal a la más mínima ocasión y nos deja huérfanos de argumentos a quienes seguimos creyendo en él.
Si el problema no es de calidad, ¿entonces exactamente de qué?... Unas veces los primeros cuarenta y cinco minutos, otras las segundas partes, lo cierto es que los jugadores han conseguido que cale en la opinión pública la idea de que todo depende de que ellos quieran. Ayer, por ejemplo, no quisieron en la primera parte y sí en la segunda pero como resulta que el Villarreal quiso durante los noventa minutos... se llevó el partido. El equipo de Marcelino ganó por 1-0 al Real Madrid precisamente en la jornada en la que, de forma absolutamente sorprendente y sin que nadie lo esperara, el Barcelona sólo fue capaz de arrancar un empate ante el Deportivo de La Coruña en el Camp Nou; la ocasión la pintaban calva para que, a trancas y barrancas, el Real Madrid lograra recortarle dos puntos al líder antes de que se fuera al Mundial de clubes. Pues no: primera parte a la basura e inútil carga de la brigada ligera en la segunda.
Algunos jugadores dicen que hay que hablar más, otros que hay que correr más, otros que hay que reflexionar más, pero el aficionado tiene la idea, que únicamente se podrá desterrar con hechos, de que cuando los futbolistas lo tengan todo hablado y reflexionado y decidan meterle intensidad a un partido durante los noventa minutos, la Liga que estaba peligrosamente preparada para ellos se la habrán llevado el Barcelona o el Atlético de Madrid, más intensos ambos que los blancos. Este es un problema de fútbol y no de retórica, ni siquiera de entrenador y mucho menos, como ya he oído y leído por ahí, de modelo. El modelo histórico del Real Madrid Club de Fútbol ha sido siempre el mismo a lo largo de sus últimos 113 años de historia: ganar, ganar y ganar... muriendo en el campo. No se conoce en ese club una estabilidad más sanadora que la de la victoria. En realidad no hay otra. Porque en la derrota todo, absolutamente todo, se pondrá en cuestión. Y, a día de hoy, parece que no hay nadie capaz de convencer a los jugadores de un mensaje tan simple como ése.