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El penúltimo raulista vivo

Real Madrid, entre el cielo y el infierno

Decía Jean Paul Sartre que el infierno son los otros. Y también nosotros mismos, me permito añadir yo. Turquía, que es donde el Real Madrid se juega mañana un trozo importante de la temporada, y de un modo absolutamente inesperado, ya no es un infierno para nadie. Así que, parafraseando al filósofo francés, el Galatasaray no es el infierno y, al menos para el Real Madrid, que ya no resiste el reflejo en el espejo de aquel equipo que conquistó tres Copas de Europa seguidas, el infierno es él mismo. El infierno de Zidane, que ha dado su consentimiento a una plantilla completada millonariamente por futbolistas que aún no han demostrado tener la calidad suficiente para jugar en el club deportivo más exigente de la historia; el infierno de un entrenador que ha visto cómo se ha agotado su mensaje y cómo su guardia pretoriana, más mayor y menos motivada, es incapaz de dar un paso hacia adelante; el infierno de un técnico que, según él mismo confesó, tenía suerte y al que, según parece, se le ha acabado de repente; el infierno de Zizou, incapaz de dar con la tecla, tan cuestionado como para que anoche, en El Chiringuito, y hoy, en El Mundo, Borja Mazarro y Jaime Rodríguez respectivamente aseguren que, en caso de derrota, a Florentino Pérez no le quedará más remedio que prescindir de su entrenador, en la cuerda floja.

El infierno de unos futbolistas, los Ramos, Benzema, Bale, Modric y compañía, que siguen siendo agasajados por lo que consiguieron en el pasado, que fue mucho y muy importante, cuando al profesional se le mide por el presente. Y el infierno de unos jugadores jóvenes, los Vinícius, Militao, Odriozola o Jovic, que no parecen tener ese plus que convierte a un buen jugador de fútbol en un futbolista que ha nacido para jugar en el Real Madrid. Vinicius es bueno, muy bueno, y tiene futuro, mucho futuro, pero, y ojalá me equivoque, lo más probable es que el futuro que tenga por delante no vaya a ser de blanco, al menos no del blanco del Real Madrid. Hace mucho tiempo, y en otro contexto diferente, un presidente del Gobierno español, reconfortado por unos resultados electorales que ni siquiera él mismo se esperaba, dijo que había entendido el mensaje. Hete aquí que, después de una temporada desastrosa como la anterior todos pensamos que en el Real Madrid se había entendido el mensaje, pero no, no fue así, desgraciadamente no lo fue. En el Real Madrid no se entendió el mensaje de unos resultados que descabalgaron al equipo de todas las competiciones allá por el mes de marzo y hoy el equipo, acuciado por el mal fútbol, vive su propio infierno, no el infierno generado por los otros, no, ni tampoco el infierno del Galatasaray o del Barcelona de Messi, sino su propio infierno.

Así las cosas parece bastante lógico que, metidos en pleno infierno, el Real Madrid maneje para sustituir hipotéticamente a Zidane el nombre de un hombre que lo conoce bien, José Mourinho. La sombra del entrenador portugués es especialmente alargada porque, y a pesar de que su tercera temporada acabó en debacle, ni siquiera sus críticos más acérrimos son incapaces de ver que Mou fue capaz de competirle al mejor Barcelona de la historia, y de eso es precisamente de lo que adolece ahora mismo el Real Madrid, de un afán competitivo. No hay más que echarle un vistazo a las caras de los jugadores tras encajar el gol del Mallorca, que llegó por cierto en el minuto 8 de partido y con más de 80 por delante para poder darle la vuelta al marcador, para darse cuenta de que al nuevo Madrid de Zidane le falta además de todo lo demás esa intensidad imprescindible para competir por España y, por supuesto, por Europa. Siempre creí que José Mourinho era el hombre del mes de marzo, con abril, mayo, junio, julio y agosto para tunear al Real Madrid, reconstruirlo, empezarlo desde abajo. Si, al final, Florentino Pérez tiene que traer de nuevo al portugués será muy mala noticia porque querrá decir que con Zidane las cosas han ido incluso peor que con Lopetegui y con Solari, quienes, por cierto, también vivieron su propio y particular infierno. Porque ahí es donde vive, y desde hace más de un siglo, el Real Madrid, el club deportivo más importante de la historia: entre el cielo y el infierno.

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