Una de las mujeres del momento es sin lugar a dudas Ona Carbonell Ballestero, nadadora y capitana del equipo español de natación sincronizada que ayer mismo conseguía otra medalla de plata en los Mundiales que se están celebrando en Gwuangju. Ona ya ha logrado a lo largo de su brillantísima carrera deportiva ni más ni menos que 23 preseas y sigue a la caza y captura de Ryan Lochte, que logró 27, y del mítico Michael Phelps, que consiguió 33. Como confesaba anoche mismo en alguna entrevista radiofónica, la deportista catalana lleva ni más ni menos que seis largos años de su vida en el agua, en concreto 52.560 horas, así que no sería en absoluto exagerado decir que Ona Carbonell es una especie de sirena, un bellísimo híbrido con rostro y torso de mujer y entrenada cola de pez.
El periodismo deportivo español anda excitadísimo con la gesta de Ona por un doble motivo: el primero de ellos, y probablemente el menos relevante, es que estamos en pleno mes de julio y no hay Liga ni Champions; de haber estado en mayo, las 23 medallas de Ona y sus 6 años en las piscinas habrían quedado relegados probablemente a lo que se conoce en el argot como un "breve". El segundo (y más importante) motivo de excitación del periodismo patrio es debido indudablemente a la nacionalidad de la deportista, que vino al mundo hace 29 esplendorosos años en Barcelona, que resulta que es la capital de Cataluña y la segunda ciudad con mayor número de habitantes de un Reino, en concreto el de España. Natalia Ishchenko, por ejemplo, tiene 21 medallas, 19 de ellas de oro; su gesta fue también extraordinaria pero aquí pasó sin pena ni gloria porque a Natalia se la ocurrió nacer en Smolensk, en la Rusia occidental. Svetlana Alekséievna Romashina ha ganado 19 medallas en Mundiales, y todas ellas de oro, pero aquí no conocimos nada de ella hasta que supimos que nuestra Ona acababa de superarla, y esto es debido a que Svetlana nació en Moscú, si hubiera nacido por ejemplo en Guarromán, provincia de Jaén y tierra chica de mi querido José Damián González, lo más probable es que hubiéramos llamado por teléfono a Svetlana, que se llamaría probablemente Lola, para que nos contara lo feliz que era y para contarle nosotros a ella lo felices que nos hacía a los demás.
Así que nos alegramos de los éxitos de Ona Carbonell porque Ona Carbonell comparte con nosotros un idioma, unas tradiciones, una determinada localización geográfica y, y esto es lo más importante de todo, una nacionalidad. Y mi pregunta es: ¿Debemos? Quiero decir, ¿se merece Ona Carbonell que nos alegremos de sus éxitos o asistimos una vez más al espectáculo del bienquedismo editorial? Digo esto porque la señorita Ona Carbonell, nuestra sirenita, la mujer que lleva 52.000 horas en una piscina, afirmó no hace mucho tiempo que ella preferiría competir con Cataluña que con España y luego, y después de formar parte de la candidatura de Madrid como sede olímpica y tirarse cuatro días en Buenos Aires apoyando dicha iniciativa, sorprendió a todo el mundo asegurando que no quizás no era el momento más adecuado para invertir en unos Juegos. Claro, el momento más adecuado era en 1992, ¿a que sí?
Ona es independentista a medias, que quizás sea el peor modo de ser independentista; con esto quiero decir que sigue los pasos, sin ir más lejos, de Guardiola o Xavi, que se beneficiaron para competir del paraguas deportivo español y que luego declararon su afinidad secesionista una vez colgadas las botas. Carbonell no compite con España sino para España, lo hace porque no le queda más remedio que hacerlo y, del mismo modo que ella es independentista a medias, yo debo confesar que no puedo alegrarme del todo por sus victorias. Me dio por pensar qué habría sucedido si Mark Spitz, que ganó siete medallas de oro en los Juegos de Múnich de 1972, hubiera dicho un año antes de que arrancaran esos Juegos que, de existir dicha posibilidad, él habría preferido competir bajo bandera californiana antes que hacerlo bajo la de los Estados Unidos de América. ¿Se habrían excitado con sus medallas en el Washington Post? ¿Le habrían llamado para entrevistarle desde la CBS Radio de Nueva York? Lo dudo. ¿Y por qué no se habrían alegrado tanto? Fácil: allí, más que la natación, lo que importa es la nación; ambas acaban en 'ón', pero no son lo mismo.