Ayer, después de no sé cuántos años, se conoció al fin la sentencia de Iñaki Urdangarin por el caso Nóos: 6 años y 3 meses, en realidad una condenita si tenemos en cuenta que el fiscal pedía penas por el triple de tiempo. La sección Primera dice que Urdangarin llevó a cabo "una presión moral de entidad suficiente como para mover la voluntad de la autoridad y los funcionarios públicos", lo que, traducido al román paladino, no quiere decir sino que el condenado se aprovechó de su condición de yerno del rey Juan Carlos I para sacar tajada. Conviene recordar que, respetando por supuesto la presunción de inocencia, que en el caso que nos ocupa era presuncioncilla puesto que estaba todo clarinete, el Rey Felipe VI retiró el título de Duquesa de Palma a la Infanta Cristina, la Casa Real apartó a Urdangarin de su página web para "marcar distancias", el Ayuntamiento de Palma retiró la placa de la calle de los Duques de Palma y le pidió a Iñaki que no utilizara el título de duque, el municipio murciano de Mazarrón retiró el nombre del condenado de su callejero o el de Burgos hizo lo propio para sustituirlo por Adolfo Suárez.
En lo que respecta a nuestro deporte el desastre pudo haber sido mucho peor puesto que conviene recordar que Iñaki Urdangarin estuvo en un tris de convertirse en presidente del Comité Olímpico Español. Ex medallista olímpico y estrechamente vinculado con la realeza, algo que siempre fue del agrado del COE, Urdangarin sonó con insistencia para el cargo y, vista ahora aquella situación con la perspectiva que le da a uno el transcurrir del tiempo, quizás sea razonable interpretar que, al no poder sacar tajada también de aquello, Iñaki renunciara en su día a poner la cara... por la cara. Como Dios suele escribir a veces con los renglones torcidos, José María Echevarría y Arteche fue sustituido en 2005 por Alejandro Blanco, un excepcional presidente y una persona buena y honrada que está realizando una gran labor como cabeza visible de nuestro deporte olímpico. El COE se libró por muy poco pero, de haber sido elegido presidente, seguro que la fotografía de Urdangarín ya no aparecería colgada al lado de las de Alfonso de Borbón o Alfredo Goyeneche, duque de Cádiz y conde de Guaqui respectivamente.
El Fútbol Club Barcelona, sin embargo, se niega desde tiempos inmemoriales a descolgar la camiseta de Urdangarín del Palau Blaugrana. Iñaki no fue durante poco tiempo jugador de la sección azulgrana de balonmano, no fichó por un año o dos y luego se fue a otro equipo sino que permaneció allí de 1986 a 2000, ni más ni menos que 14 añazos. La peregrina teoría del Barça, que suele llenarse la boca con grandes palabras como "valors", es que a Urdangarin hay que considerarle únicamente por motivos deportivos. De forma que la camiseta de un condenado por prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencias y 2 delitos fiscales aparecerá junto a las de Enric Masip o Joan Sagalés, un deshonor innecesario al que Bartomeu y sus chicos someten a históricos del club que, además de sus éxitos deportivos, son gente honrada en su vida privada. Cabría preguntarse qué clase de valors transmite a la sociedad Urdangarin y cómo ayudarán a futuras generaciones de seguidores culés. La respuesta está en el viento.