Lo que, más allá de la calidad técnica individual, mide la verdadera dimensión de un entrenador o de un futbolista y si se puede hablar de ellos como de los mejores de la historia en lo suyo es su capacidad para ser ganadores en diferentes clubes, con distintos idiomas, en ecosistemas variados y con niveles desiguales. Por ejemplo, José Mourinho, que ahora no atraviesa por su mejor momento precisamente; Mourinho hizo campeón de Europa al Oporto y luego al Inter y consiguió títulos con el Real Madrid, Liga y Copa por ejemplo. Tres equipos distintos, tres Ligas absolutamente diferentes, tres idiomas y tres vestuarios. ¿Qué movió a Mourinho a irse del Inter, con el que acaba de proclamarse campeón de Europa, para venir a un Real Madrid que en esos momentos competía ni más ni menos que con el mejor Barcelona de toda la historia?: la ambición personal, el sabor del reto, el intento por tratar de demostrarse a sí mismo que efectivamente era el mejor, que es, por cierto, lo mismo que mueve, por ejemplo, al milmillonario Federer a seguir madrugando para entrenar a diario.
Lo mismo pasó con Cristiano, que era un ídolo en Manchester, que luego volvió a serlo en Madrid y que ahora lo es en Turín, y que lo será allá donde vaya y haga lo que haga; Cristiano ganó en la Premier, arrasó vistiendo la camiseta blanca del mejor club deportivo de la historia y ahora es el líder indiscutible de la Juve, con la que también está ganando. ¿Maradona? Pues Diego Armando Maradona se fue al Nápoles y ganó el Scudetto con un equipo en el que estaban Bigliardi, Ferrara, Renica, Volpecina, Celestini, Muro, Carnevale, Giordano o Puzone. Y luego ganó un Mundial con un equipo en el que no sólo entrenaban sino que luego además jugaban, y de titulares, Brown, Passarella, Burruchaga, Clausen, Enrique, Giusti, Garré, Ruggeri o Trobbiani. Maradona es el mejor de todos los tiempos.
¿Por qué no puedo decir que Messi sea el mejor de todos los tiempos? Pues no puedo decirlo porque, y a pesar de que Leo es un prodigio técnico, una maravilla de futbolista, ni tiene el carácter del líder, ni va a echarse un equipo a la espalda como sí hizo Maradona con el Nápoles o con la selección argentina del 86 ni se va a atrever jamás a salir de Barcelona, en la que, según propia confesión al diario Mundo Deportivo, se encuentra tan a gustito, como cantaba José Ortega Cano en la boda de Rociíto. Messi pudo salir del Barcelona pero no se atrevió y no se atrevió porque le encanta la ciudad condal y allí su familia es feliz y se encuentra sensacional. Si alguien me preguntara a mí, yo soy más del carácter de Messi que del carácter de Cristiano, me gusta muy poco moverme de los sitios, pero si uno tiene el ansia de quien quiere demostrar que es el mejor... se debe mover. Messi no tiene esa necesidad, es feliz en un ecosistema diseñado única y exclusivamente para él y en el que va a seguir jugando maravillosamente bien al fútbol, pero no creo que de él se pueda decir que es el mejor de todos los tiempos porque para que un futbolista opte en serio a esa consideración unánime tiene que tener más cosas además de un regate fantástico y un golpeo extraordinario. Hasta Neymar ha tenido más ambición y más redaños que él.
Además, en dicha entrevista, Messi dice que no podía dejar pasar que Abidal le atacara de esa manera. Miente, sí podía, claro que podía dejarlo pasar. Es más, si Messi hubiera pensado en el Barcelona lo habría dejado pasar en público para tratar de arreglarlo en privado, pero Leo tenía el afán de demostrar delante de todo el mundo que un gesto suyo, un guiño, un pestañeo provocaban un terremoto en el club. A Messi podrá o no molestarle que el entorno interprete que él manda mucho pero es que él lo manda todo: trajo a Martino, que cuando le llamaron del Barcelona se pensó que era para invitarle al tour del Camp Nou; purgó a Ibrahimovic, que osó creerse tan bueno o más incluso que él; acogotó a Javier Faus por decir que él no entendía a santo de qué tenía que renovársele el contrato al astro argentino cada seis meses; defenestró a Pere Gratacós, hoy relegado a la sala de máquinas, por opinar que Messi era tan bueno porque tenía unos compañeros extraordinarios a su alrededor; y ahora se ha cepillado a Abidal, aunque su destitución vaya a producirse en diferido, y tiene a Bartomeu comiéndole en la palma de la mano izquierda no vaya a ser que con la derecha convoque elecciones a la presidencia.
Por eso Messi no se va. Leo Messi no se va porque en otro club de élite, pongamos que hablo del Real Madrid, eso sería absolutamente impensable. También sería impensable en otro Barcelona, por ejemplo en el de José Luis Núñez, que no era santo de mi devoción precisamente pero que puso de patitas en la calle a Maradona, Schuster y Ronaldo sin inmutarse, pero sí lo es en este Barcelona, en el actual. Messi respondió a Abidal porque le interesaba a Messi, no al club, y se queda en el Barcelona porque le interesa a Messi y no porque le interese al Barcelona. Técnicamente hablando es posiblemente uno de los tres mejores futbolistas de toda la historia, pero mejores que él fueron Di Stéfano, Maradona e incluso Cruyff.