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El penúltimo raulista vivo

Pienso en Seve

Creo que el término exacto es empatía. Yo pienso en Seve y me veo rápidamente golpeando la bola desde un párking, un golpe limpio y certero, recto, sin titubeos, una bala que hace diana en el centro del green y que causa estupefacción y ensimismamiento entre los expertos aficionados británicos y desesperación en Jack Nicklaus, uno de los mejores golfistas de toda la historia. Veo a Nicklaus furioso, consciente de que si no me pongo nervioso ganaré mi primer Major. No me pongo nervioso. No me tiembla la mano. Y lo gano. Desde España me cuentan que TVE ha interrumpido una carrera de caballos para conectar con Royal Lytham. ¿Qué hace un chico como yo en un sitio como éste? ¿Qué hace el hijo del jardinero del campo de Pedreña dándole una lección de golf a aquel viejo y mítico oso dorado?

Pienso en Seve y veo al bueno de Fuzzy Zoeller poniéndome la chaqueta verde que distingue a todos los ganadores del Masters de Augusta. Las mías no las devolveré por mucho que insistan. Me la volverá a poner Craig Stadler, y yo se la pondré a Tom Watson y a Ben Crenshaw. De llevar las bolsas de la burguesía cántabra había pasado a ganar el British, y de allí al Masters, la élite de la élite. La chaqueta, como no podía ser menos, me quedaba como un guante. Pienso en Seve y me veo dándole la vuelta a la tortilla de la Ryder, amargándole de nuevo la existencia a Jack, colocando a Europa en el mapa del golf y situando definitivamente a España en la cumbre de un deporte semidesconocido en mi país hasta entonces. Pienso en Seve y me veo golpeando la bola de rodillas, como un torero.

Pienso en Seve y me enorgullezco de ser español y de haber sido coetáneo suyo. Pienso en Seve y recuerdo el día que recibí una llamada de Rubén Uría: "¿Te apetecería entrevistar a Ballesteros?... Se cumplen treinta años de su primera victoria en el Open Británico. Sólo hay un problema: tienes que estar aquí hace diez minutos". Y estuve. Y aquel fue uno de los días más felices de mi vida. Y hoy es un día muy triste, llueve a cántaros, hace frío y de madrugada se nos ha ido el señor Severiano Ballesteros, el gran campeón, uno de los hombres que cambió el deporte en España, el luchador tenaz y bravo que abordó su enfermedad mirándola de frente y a los ojos, con el mismo pulso firme con el que golpeó aquella bola desde un párking tantos años atrás. Gracias.

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