El pasado lunes cometí un error profesional infantil y un pecado personal imperdonable. El error profesional fue emplear el verbo "apedrear" para definir lo que unos pocos seguidores del Sporting de Gijón hicieron el domingo con el autobús del Real Madrid cuando yo aún no había visto las imagenes de lo sucedido. Lo hice, eso sí, guiado por las informaciones del diario Sport o del As, que citaban (y aún hoy siguen citando, puesto que la noticia sigue colgada en Internet) una información de la Cadena Ser; leo textualmente: "El autobús del Real Madrid fue apedreado en Gijón a su llegada al estadio de El Molinón, según señaló la Cadena Ser". Esa información fue rebotada, entre otros, por EcoDiario o Atresmedia, y ahí continúa el rastro en la red para quien lo quiera seguir. Cometí un error profesional infantil al fiarme de otros y otro más de diccionario al emplear, como digo, el verbo "apedrear" cuando quien esto suscribe no ha visto aún que nadie arrojara una piedra. El pecado personal, que tiene explicación, consistió en no rectificar inmediatamente ese verbo y, puesto que efectivamente sí se violentó y agredió el autobús del Real Madrid arrojándosele objetos indeterminados, sustituirlo por otro; fue, en parte, una cuestión de falso orgullo y, creo yo, de esperanza porque, al fin, aparecieran unas imagenes que pudieran ratificar que efectivamente el autobús merengue fue apedreado y yo no estaba equivocado.
Ayer sustituí "apedrear" por "violentar" y "acosar", que es efectivamente lo que se produjo. Se arrojaron objetos contra el autobús del Real Madrid, que debiera tener el estatus de embajada volante, pero yo no puedo afirmar que dichos objetos fueran piedras. Otros medios siguen insistiendo en que el autobús fue apedreado pero yo, que no soy "otros", trabajo con las palabras y tengo que ser más minucioso. Tarjeta amarilla, creo yo, aunque habrá quien pida para mí la roja. Sustituí, como digo, el verbo "apedrear" por otros y, en general, la reacción que se produjo en Twitter fue la siguiente: "El daño ya está hecho". Omito, claro, insultos y amenazas personales. Y el daño, efectivamente, ya estaba hecho: el autobús del Real Madrid había sido acosado y unos individuos habían arrojado objetos sin determinar contra él, con los jugadores dentro, sin que ninguno de los aficionados que les rodeaban en ese momento les llamara la atención. Escondidos entre la masa, refugiados en el anonimato, protegidos por el grupo, varios individuos arrojaron objetos (que yo no puedo asegurar que fueran piedras) contra el autobús del equipo rival sin que absolutamente nadie hiciera nada. Es más, transcurridos cuatro días desde entonces, no se ha producido tampoco reacción oficial alguna al respecto. Se está otorgando así normalidad institucional a un hecho absolutamente reprobable.
Hoy sigo recibiendo insultos y amenazas vía Twitter, lo que podría definirse como un simbólico, que no real por supuesto, apedreamiento, porque, guiado por la información de otros medios, hablé de piedras cuando, a estas horas de la mañana, no puedo afirmar que las hubiera. La última persona que se ha dirigido a mí me dice que, por haber cometido un error de diccionario, soy responsable de lo que pueda pasar en el partido de vuelta y causante, supongo que entre otros, del aumento del número de antimadridistas y de la muerte de Manolete. Pero ni un reproche a quienes arrojaron varios objetos contra el autobús del Real Madrid, violentándolo. Ni uno. La seguridad de aquellos que fueron a los aledaños de El Molinón y, parapetados en la turbamulta, agredieron a la expedición del Real Madrid arrojando contra su autobús una serie de objetos, sigue pues asegurada. Miento, hubo algún reproche sí, pero siempre, indefectiblemente, teñido de excusa: que si las palabras de Mourinho sobre Preciado, que si la actitud de Pepe en no sé qué partido, que si el fichaje de tal o cual jugador, que si un penalti no pitado en el año 64... Una inmensa e irrespirable cortina de humo, una tupida tela de araña tejida a base de distracción.
Así que ayer, cuando se me ocurrió escribir sobre esta pequeña e intrascendente anécdota personal, llegué a pensar seriamente que, al final, tal y como se iban produciendo los acontecimientos, los culpables de que unos individuos anónimos agredieran el otro día al autobús del Real Madrid acabaríamos siendo, por este orden, un servidor de ustedes por hablar de piedras cuando no las hubo y el equipo madridista por osar acudir chulescamente a un campo al que previamente estaba citado por la Liga de Fútbol Profesional. No quiero, por supuesto, generalizar, pero de entre todas las personas que se dirigieron a mí vacilándome por un error de diccionario que asumo, no hubo ni uno que dijera: "Lo que pasó el domingo estuvo mal". ¿Culpables?... El Real Madrid por ir, Mourinho por hablar, Pepe por gesticular, yo mismo... todos, por supuesto, salvo quienes, protegidos por la masa, actuaron impunemente y como auténticos hombres de las cavernas contra el autobús del Real Madrid.
Piedras, palos, tornillos o vasos de plástico, el fondo de la cuestión de mi artículo del otro día no era la forma del objeto arrojado sino otro. La pregunta sigue siendo la misma: "¿Nos preocupa realmente la violencia?"... Yo creo que no nos preocupa. Es más, en el fondo de nuestro corazón, y aunque de puertas para afuera nos pongamos los primeros en la manifestación, lo que nos pide el cuerpo es justificarla, razonarla, apadrinarla cuando la ejercen los "nuestros" contra los "otros" y, para ello, estamos por ejemplo dispuestos a enzarzarnos en una interminable, absurda y burda discusión lingüística antes que condenar directamente lo sucedido. Hubo también quien me dijo que no había habido apedreamiento puesto que él había estado allí: ¿Viste cómo se arrojaban objetos sobre al autobús del Real Madrid y no dijiste nada?... La violencia no tiene color y los violentos no deben encontrar un agujero lo suficientemente profundo en el que esconderse . Nos preocupa la apariencia, el gesto, el minuto de tele... Por cierto, y hablando de la tele: Javier Tebas, ¿dónde estás, que no te veo?