Joaquín Leguina, histórico dirigente socialista, confesaba el otro día su profunda preocupación con la línea seguida por la actual dirección del PSOE a propósito de la humillante cesión ante el nacionalismo independentista. Es posible que mis opiniones resulten dudosas para Jaime Lissavetzky, pero estoy convencido de que no lo serán (tanto) las del hombre que presidió la Comunidad de Madrid durante doce años y que le nombró a él Consejero de Educación y posteriormente le eligió para sustituirle al frente de la FSM. ¿Saben ustedes dónde estaba el secretario de lo que nos queda de Estado para lo que nos queda de Deporte mientras Carod Rovira, el mismo que pidiera el boicot para Madrid como ciudad organizadora de los Juegos de 2012, Miren Azcarate y Anxela Bugallo escenificaban la declaración de San Mamés?... Lissavetzky estaba en Lanzarote. ¿Y qué hacía Lissavetzky en Lanzarote?... Asistía a la entrega de trofeos del XII Campeonato Nacional Alevín de Fútbol 7, torneo organizado y patrocinado por la Fundación El Larguero, programa deportivo de la Cadena Ser. No me extraña que Leguina, harto de lo que está pasando en su Partido, haya decidido no volver a presentarse a las próximas elecciones; y tampoco me extraña que Lissavetzky haya ascendido hasta la séptima posición de la parrilla de salida del PSM.
El problema, tal y como yo lo percibo, no es lo que hagan o dejen de hacer los independentistas vascos sino lo que hagamos o dejemos de hacer nosotros mismos. El asunto no es lo que diga Carod Rovira (por cierto: manda narices que él, que pidió el boicot para Madrid 2012 y que todavía no se ha disculpado por ello, hable de las "limitaciones políticas al deporte") sino lo que dejemos de decir nosotros. El quid de la cuestión, lo que ha asqueado tanto a Leguina como para apartarle definitivamente del Congreso y decidir regresar al Instituto Nacional de Estadística, es que nosotros, los que no somos ellos, estamos en manos de personajes como Jaime Lissavetzky, y que mientras Carod tenía la desfachatez de decir que él no quería politizar el deporte, el secretario de lo que nos queda de Estado para lo que nos queda de Deporte estuviera entregándole un trofeo a un niño de doce años llamado Kaptoum. Al paso que vamos, el hijo del joven cerebro de Camerún acabará disputando un Mundial contra Cataluña y el País Vasco.
Pero Leguina me ha abierto los ojos. Hasta ahora pensaba que Lissavetzky sólo era un inútil, otro medrador más que quiere acabar siendo ministro y que se desnudará si así se lo exige el guión; pero no, qué va, yo estaba confundido. Lissavetzky, que probablemente acabe siendo ministro algún día, está de acuerdo con Carod y son exactamente la misma cosa. No es que nosotros estemos representados por un incompetente sino que el secretario de lo que nos queda de Estado para lo que nos queda de Deporte es connivente con las exigencias del independentismo y ve con buenos ojos que exigan lo que, según él, les corresponde. Mientras Lissavetzky aplaudía en Tías a unos niños y le hacía de paso el caldo gordo de cultivo al director de un programa deportivo radiofónico, otros niños asistían en el Arenal de Bilbao a la quema de banderas de España. Ni siquiera miró de reojo a lo que allí estaba sucediendo, y a estas horas todavía no ha dicho esta boca es mía, quizás porque ya no es suya; don Jaime estaba demasiado pendiente del Camerún-Borussia. El partido acabó 2-0; ganaron los ahijados de Samuel Eto'o, perdieron nuestros propios ahijados.