Hoy es el Al Ahly del Barça, ayer fue el JEF United Ichihara del Madrid. Observo la fotografía de Messi, Saviola y Giuly, posando felices y dichosos con la Pirámide de Kefrén al fondo, y me parece estar viendo a Roberto Carlos, Zidane y Raúl, agasajados cual galácticos llegados desde otro planeta, recién aterrizados en el aeropuerto de Tokyo. Hoy es el "¡Visca el Barça!" que gritan Uady, Nebedy y Tefnut al ver pasar a su lado a Valdés, Eto'o y Ronaldinho; ayer fue el "¡Hala Madrid!" lanzado al aire por Hinata, Mio y Akari al intuir, entre sombras y tras las cortinas de la habitación 1535 del lujoso hotel Nikko de Japón, la fugaz silueta de Beckham, el Apolo inglés, el hombre convertido en icono, el futbolista cuyas siestas se exponen en los museos.
Como nos dijo el otro día el mítico Víctor Hugo Morales en referencia al parecido existente entre los goles logrados por Diego Maradona y Leo Messi, existe también ahora una extraña similitud entre ambas situaciones, la que el Madrid vivió hace nada y la que le toca atravesar al Barça hoy. Sólo veo una diferencia, y ésta no resulta precisamente baladí: mientras que Florentino Pérez abrió el camino, estaba improvisando sobre la marcha y no tenía modo alguno de saber qué pasaría después, Joan Laporta, sin embargo, sí sabe exactamente qué es lo que ocurrió con el Madrid de Florentino, sus grandezas, sus miserias y cómo se produjo el batacazo final, un golpe tan duro, una caída tan grave, que, transcurridos varios años desde el batacazo, el club todavía sigue tratando de escapar de la UCI travestido en enfermera.
En una situación como ésta, con el equipo jugando bastante peor que la temporada pasada y con los sueños de la Champions League hechos añicos, todos los especialistas del mundo recomiendan centrarse en la competición que importa, o sea la Liga. Pensábamos, y yo el primero, que el Barça era un equipo con los pies ágiles, el corazón caliente y la cabeza fría, pero resulta que, tras mirar por el agujerito, concluimos que es una plantilla con los mismos miedos que las demás, con más fútbol, quizá, pero con parecidas inseguridades. Me parece que, hasta hace un par de semanas, a nadie en el Barça se le ocurrió valorar la posibilidad de que realmente se pudiera perder la Liga.
Colocados al borde del precipicio y cuando pensaban que sevillistas y merengues se habrían soltado hacía tiempo, Rijkaard y los suyos, tras mirar hacia abajo y comprobar que los demás también llevan sherpa, han reaccionado mal, muy mal, con broncas públicas y careos privados. Y ese es precisamente el aliento definitivo que les faltaba a sus rivales en el sprint final del campeonato, conocer de primera mano que no es oro todo lo que reluce y que, como sucedía con las viejas películas producidas por Samuel Bronston, a veces existen sólidos muros de piedra que están construidos con viejas tablas de cartón. Todo lo contrario de lo que les sucede, por cierto, a las Pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos.