La verdad es que somos únicos en nuestra especie. El balón de Holden (¡un ruso negro y con nombre de caramelos de eucalipto mentolado!) no ha terminado de entrar todavía en la canasta española, y el de Gasol no ha salido todavía del todo, y ya se rumorea que Pepu Hernández, el señor de los milagros, no dirigirá a la selección durante los próximos Juegos de Pekín por profundas discrepancias con la federación, o sea, con su presidente. Así que por un lado somos incapaces de desembarazarnos de un seleccionador que prometió que se iría si no clasificaba a España entre las cuatro primeras, le dejamos que haga y sobre todo que deshaga, el presidente es incapaz de frenarle y se cruzan apuestas sobre cuánto duraremos en la Eurocopa del próximo año, en qué momento exacto encallaremos contra las rocas, y por el otro ponemos en cuestión a un tío que ha ganado un Mundial y ha quedado segundo en un Europeo, un hombre de éxito. Lo dicho, únicos en nuestra especie.
La selección española de baloncesto (y cuando me refiero a la selección estoy hablando lógicamente de los jugadores y del cuerpo técnico) es el orgullo de España y, en caso de confirmarse la noticia del adiós de Pepu, nuestros dirigentes son nuestra auténtica vergüenza. Sinceramente, dudo mucho que Pepe Sáez se atreva a poner de patitas en la calle a Pepu, pero no porque no se hayan producido varios desencuentros durante el campeonato de Madrid, que esos parecen plenamente confirmados, sino porque el mismísimo Lucio Anneo Séneca, uno de los mejores oradores de la historia de la humanidad, tendría absolutamente imposible explicar una decisión tan equivocada y tan impopular.