Han transcurrido algunas horas desde que se produjera una de las declaraciones más esperpénticas de la historia del fútbol español y Victoriano Sánchez Arminio sigue ahí, más firme que el Angel Oak, que lleva en Carolina del Sur cerca de 1.500 años, creciendo, engordando, inalterable a terremotos, inundaciones y huracanes, transmutando en Augusto César Lendoiro, tal y como diría mi buen amigo Antoni Daimiel. Si José Plaza levantara la cabeza... volvía a morirse del susto. Él sí que se fajaba por sus árbitros. Recuerdo que cuando le llamaba para pedirle que entrara por la noche en Goles siempre me preguntaba lo mismo: "¿Con quién me toca pegarme hoy?"... Y podía con todos. Arminio no se pega por nadie salvo por él mismo. Llevara 20 años en el cargo pero a mí ya me parecen 1.500, la verdad.
Sigue y seguirá ahí Arminio por la sencilla razón de que todo lo que roza esta federación española atufa a alarmante y creciente déficit de democracia. Ya dije ayer que jamás en mi vida había oído al jefe de los árbitros, que ya son suficientemente zarandeados por todo el mundo, criticar a uno de los suyos en público y mucho menos alegar en su contra posibles problemas personales. Es un asunto feo, muy feo. Si yo fuera Muñiz colgaría el pito sin avisar y empezaría a largar por la boquita como una ametralladora. Puede que, como acaba de decir Ancelotti, Mateu Lahoz no esté condicionado, pero tampoco me cabe la menor duda de que la operación de acoso y derribo hacia Muñiz no busca otra cosa que eso.
Pareciera como si antes del penalti pitado sobre Pepe no hubieran existido otros antes y no fueran a existir tampoco otros en el futuro. Es, por supuesto, un penalti que decide una Liga. O varias. Quienes acusaban a Mourinho de ser un llorón son los mismos que ahora hablan de "robo" y llaman "sinvergüenza" al árbitro. Y la guinda a tan tétrico y apestoso pastel la puso, repito, Arminio dejando en clarísimo fuera de juego a su subordinado, revelando cuestiones personales que no venían al caso en modo alguno y utilizándole como improvisado ariete contra su archienemigo Díaz Vega. Porque al final no se trata de si Muñiz acertó o falló en su decisión sino que todo queda reducido a una lucha de poder. Poder seguir ahí otros 20 años viviendo del cuento, traicionando a quien haya que traicionar, vendiendo a quien se ponga a tiro.