Antes que nada quiero que quede constancia por escrito de que entiendo perfectamente (¡cómo no habría de entenderlo!) que jugar con Argentina y Brasil constituya para Messi o Robinho una experiencia única a la que no pueden negarse, y que el amor a los colores patrios esté muy por encima del que puedan tener jamás a sus clubes que, al fin y a la postre, sólo les pagan. Quiero que conste en acta que servidor piensa que existen en el mundo cosas mucho más importantes que el dinero, aunque, paradójicamente, en el caso de los jugadores profesionales de fútbol sean justamente sus agentes quienes, entiendo que precisamente en nombre de sus románticos representados, no paren jamás de dar la paliza con el vil metal. Ahí están, sin ir más lejos, los casos de Robinho y Ribeiro que últimamente no hacen más que marear la perdiz con un hipotético ofertón (económico, por supuesto) del millonario ruso Abramovich.
Tal y como yo lo veo, para ser del todo coherente, Leo Messi, a cuyo caso va dedicado este artículo, tendría que haberse quedado en Argentina o, ahora que ya se ha convertido en una estrella del fútbol mundial gracias al Barcelona, regresar definitivamente a la Liga de su país. Que a nadie le quepa la menor duda de que si no lo ha hecho ya es porque, yéndose a Boca o a River, Lionel perdería un montón de dinero. Damos por hecho que, cuando un futbolista con un contrato de larga duración en vigor suscrito por él mismo en uso de sus plenas facultades mentales quiere irse a otro club porque le da la real gana, es imposible retenerle "en contra de su voluntad", como si estuviéramos hablando de una especie de secuestro deportivo. Ahí sí que el futbolista no tiene el menor inconveniente en expresar en público su deseo y remover Roma con Santiago si ello fuera necesario, pero el resto del tiempo calla esperando que otro se moje por él.
Del tira y afloja que se traen el club y la AFA ya han hablado el padre del chico, Grondona y hasta Maradona, que el pobre ya está para pocos trotes mentales, pero todavía no he oído a Messi. Jorge, su padre, dice que es una locura pretender que su hijo tome una decisión, pero no le pareció tanta locura que, tras ser rechazado por River Plate cuando sólo tenía once años y después de comprobar cómo allí se le cerraban todas las puertas, el Barcelona decidiera apostar por él cuando ni siquiera era un proyecto de futbolista. Probablemente si siguiera jugando en Grandoli o River no hubiera tenido que costear el tratamiento de 900 dólares al mes que había que proporcionarle, ahora no tendría este tipo de problemas, pero fue el Barcelona quien le formó como futbolista y como ser humano, y yo entiendo que desde el club azulgrana estén ansiosos por saber qué quiere hacer el jugador. Lo que a mí sí me parece una verdadera desfachatez es que deportistas de élite, mundialmente reconocidos por todos, dotados de una habilidad innata que es seguida y admirada por millones de personas, hablen tanto para unas cosas y callen de esta forma para otras. Ganará la AFA, de eso no tengo la menor duda, pero no creo que sea ninguna locura que el único club que apostó en su día por Messi trate de retenerle pensando en una eliminatoria en la que se juega media temporada.