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El penúltimo raulista vivo

No es creíble un Apocalipsis sin Ramos

Sergio Ramos, en un partido de Champions con el Real Madrid. | <span>Cordon Press</span>

De rodillas, como dije anoche en El Chiringuito, no, pero con la soberbia de una superestrella tampoco se puede entrar a negociar al despacho del presidente del Real Madrid. Es como si el cura de Peleas de Arriba, en Corrales del Vino, en la bellísima provincia de Zamora, llamara al Vaticano exigiendo que Francisco se pusiera al teléfono para plantearle sus exigencias para seguir siendo sacerdote. Pues Florentino Pérez es al fútbol lo que Francisco a la Iglesia Católica, o sea el Papa. De modo que de rodillas no, rezando tampoco pero exigiendo de ningún modo. Y ensoberbecido menos. Probablemente no sea culpa de Sergio, seguramente tampoco de su entorno más íntimo sino del más perimetral, pero a medida que va acercándose el 1 de enero, y quedan para eso 43 días, la dimensión del capitán del Real Madrid ha ido creciendo de un modo muy similar a como iba disminuyendo el Scott Carey de la película El increíble hombre menguante. Y no, no es creíble, en modo alguno lo es. Al madridista medio, que ha visto cómo se fue Di Stéfano, cómo colgó luego las botas Gento, más tarde murió Bernabéu y se fueron jubilando los integrantes de la Quinta del Buitre y desapareciendo de los terrenos de juego Los Galácticos, no se le puede asustar con el adiós de Ramos, entre otras cosas porque Sergio no está empezando su carrera deportiva sino que está terminándola. Un Ramos yéndose del Real Madrid con 28 años sí habría sido un estropicio, tampoco irreparable; un Ramos yéndose con 35 años es una pérdida, sí, pero menor en mi opinión de la que supuso por ejemplo el adiós de Cristiano, y Cristiano también se fue.

Digo todo esto porque la influencia de Ramos sobre el césped es tremenda, veremos cómo la cubre ahora Zidane en el futuro más immediato, pero ni su adiós supondría un descalabro deportivo ni mucho menos un siete económico ni por supuesto hipotecaría la idea que Florentino Pérez tiene en su cabeza, que es la de fichar una superestrella, que tiene toda la pinta de llamarse Mbappé, como guinda de la inauguración del nuevo campo. Lejos de estar cercanas, las posturas siguen alejadas y eso probablemente sea así porque Florentino no se crea (como no me lo creo yo, por si sirve de algo) que Sergio tenga ninguna oferta de esas que le quitan a uno el hipo y le dejan tiritando. El Real Madrid sigue en sus trece, como las Champions: quiere que el jugador siga pero con las condiciones del club y bajo la premisa de que la institución es más importante que tal o cual futbolista. O sea, lo que ha sido de toda la vida el Real Madrid Club de Fútbol.

Si yo hubiera dicho o escrito en el pasado que el Barcelona estaba haciendo bien en entregarle las llaves del club a Messi no podría venir aquí y ahora a decir que el Real Madrid hacía mal no concediéndole a Ramos todo lo que pida. Pensaba que el Barcelona estaba haciendo mal porque, al final y por mucha declaración de amor, mucho poema y mucho graffiti, el jugador es egoísta y, si puede, te la clava. Sólo recuerdo el caso de uno al que su madridismo le costara dinero, sólo a uno: Zinedine Zidane. Y probablemente (y sin probablemente) lo haya recuperado con creces por otro lado. El resto no dejó de ingresar ni un euro, ni un céntimo de euro. El futbolista quiere jugar y, cuando no juega, se disgusta. Si es titular indiscutible y el entrenador le cambia, se disgusta. Si juega y lo hace bien pide más y, si no se lo dan, se disgusta. Pero si juega mal no pide menos, no, qué va, sigue cobrando lo mismo. Y cuando huele que se acerca el final de su carrera deportiva quiere pegar el gran estacazo. Si el jugador va ganando peso en el vestuario es inevitable que adquiera poder y, cuando alguien tiene poder, habitualmente lo ejerce. Y llega un momento en el cual, si el que está arriba es de carácter débil, termina convirtiéndose en un guiñol porque, efectivamente, al final es el vestuario el que toma las decisiones de qué entrenador viene o cual no y qué jugador interesa.

Todo esto para decir que, al menos en el Real Madrid, la esencia del club, de una institución con más de 118 años de historia, es el club mismo. Y que con esa filosofía al Real Madrid no le ha ido del todo mal. Por supuesto que al fútbol juegan los futbolistas, naturalmente que el Real Madrid tiene más títulos que nadie porque aquí han jugado los mejores futbolistas del mundo, pero aquí también se les ha tratado como en el título de la famosa novela de John Irving, como se trata a los Príncipes de Maine y a los Reyes de Nueva Inglaterra. Si hay alguien que no vislumbra el futuro del Real Madrid sin Ramos se equivoca. Sin él sólo será un futuro más duro a corto plazo, nada más. Ojalá se quede porque, además de todo, es el abanderado, pero la elección es suya. Decide él pero las condiciones las pone el Papa, no el cura.

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